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Noviazgo y boda tradicionales en Trébago



por José Lázaro Carrascosa
y Conchita Martínez Largo



Esta foto corresponde a la boda celebrada el 1 de marzo de 1925 en Viña del Mar (Chile) entre D. Félix Calleja y Dª Laureana Flaño, tíos-abuelos del presidente de la Asociación de AMIGOS DE TREBAGO, que como otros muchos de estas Tierras Altas de Logroño-Soria tuvieron que irse de España en busca de un futuro mejor, dejando casa, familia, amigos y costumbres, y que allí donde fueron echaron sus raíces e hicieron florecer nuevas generaciones.

Algún día, desde esta revista, dedicaremos un merecido homenaje a todos ellos. Entre tanto, invitamos a todos los lectores de allende los mares, que cada vez son más, a que nos envíen cuantos comentarios y sugerencias consideren oportunos, en el convencimiento de que será enormemente enriquecedor.
El baile del domingo, que congregaba en los buenos tiempos a casi un centenar de jóvenes trebagüeses, era la ocasión más propicia para que los mozos de nuestro pueblo se acercaran a las mozas de su agrado. Estas compartían baile y conversación, y tal vez se demorasen gustosas en su compañía.

En las semanas siguientes, la coincidencia en la calle o en el paseo proporcionaba un pretexto para un breve rato de charla. Los "pozos de lavar", y sobre todo la fuente, fueron lugares estratégicos para el trabajo y para el encuentro -no siempre casual- de los mozos y mozas que iniciaban su festejo.

Después de un tiempo de trato y relación entre la pareja, el acto que formalizaba el noviazgo era la visita, generalmente al anochecer, de los padres del novio a los padres de la novia, para entrevistarse con ellos, en su casa y en presencia, muchas veces, de otros miembros de la familia que allí se encontraban. Este acontecimiento, que se realizaba discretamente, y que se denominaba "arreglar la boda", se daba a conocer formalmente al día siguiente, por ambas partes, a sus familiares y amigos. No obstante, los mozos, siempre al tanto de estos asuntos, eran los primeros en enterarse de la novedad, ya que no era raro que entre los trasnochadores hubiera algún correcalles que llegara al café con la noticia. La habitual partida de mus, "subastao", guiñote o tute (por citar alguno de los juegos de naipes más populares) quedaba interrumpida, para dar paso a los comentarios sobre el tema, que ya ocupaban el resto de la trasnochada.

Desde este día, y siendo el asunto de domino público, el novio tenía libertad para ir a casa de la novia (ya "entraba en casa"), y los dos para ir de paseo en pareja, o asistir a las fiestas de los pueblos cercanos. El novio también solía ir a trasnochar un rato a casa de su novia cuando las faenas del campo eran mínimas (por lo regular en el invierno).

Si el novio era forastero, dos o tres domingos después de formalizado el compromiso, los mozos del pueblo le pedían "el piso". Este consistía en una cantidad de dinero, acordada previamente por los mozos en reunión, y que siempre se estimaba teniendo en cuenta dos criterios: el primero y principal, la posición económica de la familia del novio, y el otro, el comportamiento de éste con los mozos y el pueblo en general, en las ocasiones en las que había habido trato: fiestas, reuniones, o en el café. Esta petición le correspondía hacerla al "alcalde de los mozos", y el destino de la misma era (¡cómo no!) una cena para todos ellos.

Durante el noviazgo, la costumbre establecía, que tanto el novio como la novia fueran invitados a ciertas celebraciones familiares. Entre ellas, haremos una especial mención a la matanza. Si ésta era en casa de la novia, acudía el novio. Sin embargo, cuando se hacía en casa del novio, era invitada la novia y una hermana. En caso de no tenerla, una prima carnal o una parienta allegada se encargaban de acompañarla. Estas faenas duraban tres días, que transcurrían entre trabajos, holganza, mucho jaleo y largas trasnochadas.

Otros importantes acontecimientos que tenían lugar antes de la boda eran las amonestaciones, de las cuales, la primera era especialmente celebrada. Esta tenía lugar, previo acuerdo del Sr. cura y las familias de los novios, en la misa del domingo. Este día, desde la iglesia, los invitados iban a casa de la novia, donde se servía "un refresco", consistente en pastas, bollos y tortas, vino, moscatel y alguna otra bebida. Algunas veces, después del convite, los mozos y la gente joven tenían humor para ir de ronda por el pueblo. La segunda y tercera amonestación tenían lugar en domingos consecutivos, y ya no se acompañaban de ninguna celebración especial.

Ante la proximidad de la boda se aceleraban los preparativos de todo tipo. Era costumbre que el novio regalara el vestido a la novia (de color negro), y que la novia correspondiera, a su vez, con la camisa y la corbata. Para cumplir con "la compra de las joyas" (nombre con se conocía esta costumbre), las dos familias juntas se desplazaban a Agreda (en el caso más corriente), a Soria y algunas veces a Tarazona.

Los dos o tres días previos a la boda generaban en casa de la novia una gran actividad. Allí se celebraba el banquete, y por tanto era necesario acondicionar y equipar habitaciones, disponer de sillas y mesas para todos los invitados, así como vajilla y otros enseres. Gran parte de los mismos había que pedirlos prestados a vecinos y familiares, que siempre colaboraban gustosos. Todos estos preparativos eran realizados conjuntamente por las dos familias, cada cual ayudando en lo que podía. Otra tarea fundamental, reservada generalmente a madres y abuelas, era disponer el menú que se serviría en la comida, y que en la década de los cuarenta consistía en lo siguiente: un primer plato de sopa de carne de cordero y gallina, después, esta carne tostada en la sartén con tomate, y en tercer lugar, cordero asado (en el horno del pueblo), acompañado con unos platos de aceitunas, todo ello regado con vino tinto. El postre consistía en las tradicionales natillas, café y pastas y algún licor. Como se ve, bien cierto es el refrán "para un día nunca falta".

Una referencia mucho más antigua (finales del siglo pasado), respecto a la comida de una boda, nos la proporciona el testimonio de nuestra madre, Filomena, que de niña, acompañaba a la suya, Manuela (afamada cocinera), y cuyos servicios eran solicitados en numerosas bodas. Era requerida, con unos ocho días de antelación, para iniciar los preparativos y disponer lo necesario para la comida. Entonces ésta se componía únicamente de cocido, y la forma de prepararlo y calcular las cantidades era juntando con hilo de algodón, en forma de paquete, los trozos de cordero, tocino, gallina y jamón, que serían la ración de una mesa de ocho comensales aproximadamente. Estos "atadillos" se cocían todos juntos para hacer el caldo, y eran distribuidos después, uno por mesa, como segundo plato.

El día de la víspera, al anochecer, iban los novios a casa del Sr. cura, para que éste les "preguntara la doctrina". Una vez cumplido este requisito necesario, y después de cenar, todos los mozos del pueblo y las mozas invitadas a la boda acudían a casa de la novia, donde se celebraba el baile. Este era amenizado por los propios mozos, que tocaban bandurrias, guitarras y laúdes, y que se prolongaba hasta la medianoche.

El día de la boda, y antes de salir de casa, los padres bendecían a sus hijos, y era el novio, con sus invitados, el que iniciaba la comitiva yendo a casa de la novia. Desde allí, todos juntos, se dirigían a la iglesia, donde tenía lugar la ceremonia. Al término de la misma, los novios, padres y padrinos recibían la enhorabuena de los asistentes, y no faltaban los gritos de ¡Viva los novios!, ¡Viva los padrinos!, en el pórtico de la iglesia. Casi siempre se celebraba la boda en día de labor, y alguno de los niños invitados se encargaba de llevar dos tortas dulces, una a cada escuela, en obsequio a los escolares y maestros.

A continuación, los novios se dirigían al juzgado para la formalización civil del matrimonio, y de allí al banquete, donde las cocineras y ayudantes tenían todo a punto (los corderos saldrían del horno del pueblo en el momento de degustarlos). Transcurría la comida en buena armonía y animada conversación, no faltando, como es natural en estas reuniones, un poco de todo: chascarrillos, anécdotas, cantares y buen humor.

Mientras tanto, los mozos en el café templaban guitarras, laúdes y bandurrias, para ir a "poner el baile" al término de la comida, cumpliendo fielmente con la costumbre. Al baile de la tarde estaba invitado todo el pueblo, y tenía lugar en la calle, si hacía buen tiempo, y si no, se procuraba un lugar amplio y cubierto: el horno, una cochera, etc. La novia obsequiaba, en el transcurso del mismo, a todas las mozas con chocolate, bizcochos y agua "de volao".

Por la noche, los familiares se reunían para la cena en casa de la novia, y al término de la misma, acudían de nuevo los mozos cantando ante la puerta algunas coplas alusivas a los novios, padrinos, etc.:
A esta puerta hemos llegado
los mozos en armonía
a darles las buenas noches
a estas queridas familias.

Padrinito, padrinito
no te hagas de rogar
que los mozos de este pueblo
nunca se han portado mal.

Qué contenta está la novia
y más contento está el novio
que se lleva una mujer
que vale su peso en oro.
Salían a recibirlos el novio y el padrino, y les hacían pasar a una habitación donde se les obsequiaba con nueces y vino. Una vez acabado el ágape, el padrino hacía la pregunta de rigor: "Sr. alcalde de los mozos, ¿cuánto tengo que pagar por el rescate?". El alcalde de los mozos se levantaba y respetuosamente comunicaba la cantidad que previamente se había acordado, siempre teniendo en consideración la posición económica del padrino. Este, que generalmente estaba de acuerdo con la cantidad, "tiraba de cartera", y les entregaba el dinero. (En caso contrario, los mozos se retiraban, y los novios podían ganarse una buena cencerrada). En el caso primero, y más habitual, el alcalde de los mozos daba las gracias en nombre de todos, y con no bien disimulada picardía preguntaba al recién casado: "Bueno, ¿hacemos baile... o nos vamos a la cama?".

El ofrecimiento del baile se aceptaba casi siempre. Al término de éste, que se prolongaba hasta la madrugada, los mozos ofrecían cantares de despedida, daban las buenas noches a todos los presentes, y se perdían con su música por las calles del pueblo.


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