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Costumbres



por José Lázaro Carrascosa

Las costumbres que relatamos a continuación, protagonizadas por los mozos, presentan en común su carácter festivo, coincidiendo en su desarrollo con celebraciones señaladas a lo largo del año: día de Reyes, Pascua, Víspera de la fiesta.


1) PEDIR EL AGUINALDO (LOS MOZOS) A LOS FUNCIONARIOS EL DÍA DE REYES.

El colectivo de funcionarios locales lo componían las siguientes personas: el Sr. cura, el Sr. maestro, la Sra. maestra, el Sr. farmacéutico, y el Sr. secretario. La costumbre reunía a los mozos la tarde de Reyes -a una temprana hora- para componer y preparar las coplas que se cantarían en las sucesivas visitas. Sin embargo, no sería hasta el anochecer cuando, bien templadas bandurrias y laúdes, la ronda salía a la calle para iniciar el recorrido.

La cuadrilla de mozos se dirigía en primer lugar a la casa del Sr. cura. La música sonaba bien en la fría noche de enero, y llegados a la puerta los cantadores se arrancaban en grupo, haciendo vibrar sus gargantas, entonando letrillas clásicas y otras que cada año se incorporaban, escritas por los propios mozos, y que tenían el propósito de complacer a los funcionarios, procurando "quedar bien" ante ellos, y ser por tanto, convenientemente obsequiados.

Al son de la jota castellana (con bastante influencia aragonesa) podía escucharse el siguiente cantar:
Las manos del Sr. cura
debían de ser de plata
para coger a Jesús
cuando de los cielos baja.
El Sr. cura les abría la puerta y les conducía al comedor, donde estaba servida una mesa con turrones, frutos secos y licores. Después de las felicitaciones de rigor, el Señor cura les invitaba a comer y beber. Los mozos eran moderados y comedidos en este menester, y después de un tiempo prudencial, era el alcalde de los mozos el que, levantándose de la silla, ponía fin a la reunión diciendo: Felicidades de los Santos Reyes. Que con salud lleguemos a otro año, para felicitarle y pedirle el aguinaldo. El Señor cura les daba lo que estimaba oportuno y les acompañaba hasta la puerta, donde escuchaba la tradicional copla de despedida:
Señor cura, Señor cura
Señor cura, que nos vamos
Échenos la bendición
aunque no la merezcamos.
Esta era la forma en que se desarrollaba esta costumbre, y aunque siempre con alguna variante, no existían grandes diferencias en la forma de proceder de los mozos en sus visitas. Opino que la parte más interesante radicaba en la música y en las coplas.

A continuación reseñamos algunas canciones de entrada que solían interpretarse año tras año a las puertas del Sr. veterinario y del Sr. maestro:
Los mozos en armonía
a esta casa hemos llegado
a felicitar los Reyes
al Señor veterinario.

Nos preguntaba un maestro
si sabíamos de cuentas
le respondimos que sí
que veinte y veinte cuarenta.
Y las de despedida:
Allá va que va que va
allá va que va la mía
allá va que va que va
allá va la despedida.

Nos retiramos los mozos
contentos y emocionados
salud para esta familia
que tan bien nos ha tratado.
A veces los mozos tenían más confianza con alguna de las personas mencionadas, y eso se reflejaba en el contenido de las canciones, que podían tener carácter más jocoso:
Un gorrión con tantas plumas
no se puede mantener
Y un secretario con una
mantiene hijos y mujer.
Y la despedida:
De usted y de su familia
agradecidos quedamos
Que Dios salud les de a todos
y que vivan muchos años.
Al boticario le tocó el turno, y las coplas cantadas:
De tanto cantar la jota
las gargantas se resecan
nunca en la farmacia faltan
remedios que la refrescan

Contentos y agradecidos
los mozos hemos quedado
por el buen comportamiento
con que nos han obsequiado.
En una ocasión en que había una maestra recién llegada a Trébago, y con este motivo, las mozas se unieron excepcionalmente a la ronda, y llegados a la puerta de su casa cantaron:
Bienvenida entre nosotros
bienvenida a este lugar
instruya bien a los niños
que Dios se lo pagará.
Y los mozos:
Reciba nuestro homenaje
que de bienvenida va
mozas y mozos del pueblo
le hacen a usted un lugar.
Sabemos, por transmisión oral, que la recién llegada fue una buena maestra y que en los años que trabajó en la escuela de Trébago se ganó el respeto y la consideración de los trebagüeños. Las fechas en las que ejerció no las conocemos con precisión, pero por lo que nos relataron nuestros abuelos fue por el último tercio del siglo pasado. Esta costumbre descrita tuvo vigencia hasta el año 1936.


2) COSTUMBRE DE PONER LAS "ALELUYAS" A LAS MOZAS.

El día de la víspera de la Pascua de Resurrección los mozos se reunían y organizaban el pegado de las "aleluyas". Al contrario que en otras costumbres ya relatadas, donde la voz y la música de los mozos eran primordiales, en esta ocasión ni una ni otra se hacían necesarias. Más bien se operaba en la clandestinidad, y hasta el otro día por la mañana, nadie debía conocer qué mozas eran las galardonadas con "aleluyas" pegadas junto a sus ventanas. Las que tenían novio nada tenían que averiguar sobre quién había sido el atrevido que trepó hasta el alero mismo de su tejado para colocar las estampitas seriadas mayoritariamente con temas militares, caballos y soldaditos (que eran las más apreciadas), aunque también las había con otros motivos como estampitas de santas y santos, etc.

Era ésta una noche movida para los mozos, pues su trabajo se realizaba siempre a altas horas de la noche, las tres o tres y media de la madrugada, después de que los alguaciles de los mozos regresaran de su ronda que servía para cerciorarse de que ya no había luz en ninguna de las casa del pueblo. Las "aleluyas" y la pasta para pegarlas estaban ya preparadas, y también las escaleras, y en una hora u hora y media los mozos de Trébago cumplían con esta costumbre que tuvo en nuestro pueblo una larga vigencia, y a la que puso fin, como a otras, la fecha de 1936.


3) COSTUMBRE DE CORTAR LOS MAYOS.

Esta era una costumbre que recaía en los mozos del pueblo, y que se desarrollaba la víspera de la fiesta de la siguiente forma: El alcalde de los mozos se entrevistaba este día por la mañana con el Alcalde del pueblo para solicitarle formalmente la autorización para cortar los mayos, asunto que habría sido tratado con anterioridad en el ayuntamiento y que contaba con su visto bueno. Cubierto este trámite era ya cosa de los mozos llevarlo a cabo de la mejor forma posible. Ellos decidían qué dos maderas habían de ser cortadas en la tarde. Se elegían las dos más gordas y derechas, y se miraba también el no causar destrozos en las paredes de los huertos. Además, si al caer la madera golpeaba dichas paredes solía tronzarse por la mitad y no servía para el fin destinado, que no era otro que ser ofrecida a los mayordomos como regalo de reconocimiento por el sacrificio y trabajo que suponía la custodia de la Virgen del Rosario durante todo el año. Era riguroso, pues, que al atardecer de ese día los mayos lucieran en sus respectivas puertas.

Esto suponía para los mozos una gran faena desde media tarde. Los mejores cortadores armados con sus hachas, otros con sus caballerías enjaezadas y el resto andando, junto con algunos viejos y chicos y chicas en abundancia, iniciaban un vistoso desfile. A la sombra de los chopos esperaban los más viejos, que eran por lo regular los que más entendían de cortar maderas en la cepa, trabajo peligroso, que no obstante habían realizado muchas veces en su vida. Ellos se adelantaban a la comitiva, para no perderse el espectáculo, y mientras esperaban la llegada de la gente joven, se entretenían estudiando de qué forma habrían de ser cortadas las maderas. Rara vez fallaban en sus cálculos, y sus consejos eran seguidos por los mozos, que reconocían el valor de la experiencia. En el suelo, y sin romperse, los mayos se desramaban, y era entonces cuando la chiquillería hacía su agosto: cada cual cogía el ramo que más le gustaba, y más contentos que unas pascuas seguían por detrás a las recuas que tiraban de las largas maderas, que siempre antes de tocar al Baile de la Virgen eran depositadas en las puertas de los mayordomos.

Era este día de la víspera de la fiesta uno de los más ajetreados, pues, mientras se desarrollaba este acontecimiento, en el frontón tenían lugar varios partidos de pelota, que también era costumbre celebrar entre los buenos pelotaris de la Rinconada. Todo ello antes del Baile de la Virgen. Al día siguiente, al atardecer, y después de celebrarse de nuevo el Baile de la Virgen, como es tradicional, los mayordomos invitaban a los mozos a tomar una copa, y les regalaban dos rosquillas a cada uno, hechas en el horno del pueblo, a propósito para esta circunstancia.

Así se vivió en Trébago esta costumbre simpática y bonita. No tenemos noticia de cuándo se estableció, aunque su decadencia se inició en la década 1936-1946, desapareciendo a partir de estas fechas.


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