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Impresiones y recuerdos de Trébago



por Manuel Carrascosa Sainz


La llegada al pueblo

Don Juan Palomero Martínez me ha pedido, como a otros tantos que se interesan por Trébago, que le escriba algunas de mis vivencias relacionadas con este hermoso pueblo castellano. Pues bien, lo intentaré.

Durante mi niñez y primera juventud, en vida de mi padre y de mis tíos, en todas las reuniones familiares había un tema inflamable, recurrente y obligado: Trébago, las excursiones a lugares cercanos, sus habitantes, episodios ocurridos y fiestas realizadas. Me gustaba escuchar y aprendí los nombres de los lugares, anécdotas, sucesos y motes que aplicaban a los distintos personajes. Por eso, cualquier nota referida a Trébago no me resulta extraña, sino todo lo contrario.


Ermita Cura Don Fernando

Mi padre fue uno de los tantos emigrantes trebagueños que tuvieron que irse a buscar el sustento en otro lugar lejano al de su nacimiento. Nació el 14 de setiembre de 1885, fue el mayor de nueve hermanos, cifra común en aquellos tiempos en que el sustento del hogar necesitaba la fuerza de muchos brazos, desarrolló durante su juventud las actividades normales de los mozos de entonces y aprendió los trabajos del campo, de la carpintería, los secretos de la zapatería, ya que mi bisabuelo Santiago era zapatero de profesión y otros más necesarios para subsistir. Luego emigró a la Argentina en los primeros años del siglo pasado, trabajando al principio en la peletería que fundara un tío de él, Mariano Lázaro Aguado, del cual pueden leerse antecedentes en el artículo de mi primo Santiago Lázaro Carrascosa: “La Emigración soriana hacia América” publicado en La Voz de Trébago, número 10.

Volvió a España en 1922 para casarse y luego regresó a la Argentina para continuar trabajando con otros hermanos en la peletería que compraron al tío.

Mi padre nuevamente regresó al pueblo en 1929, ya con la familia formada, y aprovechó el viaje para bautizar a mi hermana que por ese entonces tenía dos años, en la iglesia del pueblo y fue motivo de gran fiesta. Pienso que el bautizo fue la excusa para poder volver a Trébago. Mi edad era de seis años y los recuerdos de aquel entonces, si bien algo borrosos, se mantienen.

Vivía por aquel entonces mi abuela paterna, Irene Lázaro, como así también mi bisabuela Lorenza Cascante, esta última en la casa de al lado, en la calle que ahora se llama Real.

Recuerdos de esa etapa son fundamentalmente travesuras de chicos, tales como deshacer un colchón de chalas de mi bisabuela y tirar las hojas por la ventana, tarea en la que me ayudó mi primo Santiago, o bien durante una comida campestre, subirnos con él al tejado de una cabaña de pastores y tirar las tejas al suelo. No me acuerdo qué consecuencias tuvieron esos actos, pero sin duda no fueron dolorosas. También, en otra oportunidad, acompañé a mi primo a ahogar una camada de gatitos recién nacidos en el río Manzano, que era el medio utilizado para controlar la fauna gatuna.

En el juego de pelota, al que solía ir a jugar, aprendí a hacer bolas de barro, levantando un pequeño volcán de tierra y echando agua en su vértice. Recuerdo también que en una oportunidad, para regresar a casa, me subí a un burro, no sé de quién, que se desbocó y de no haber sido por el tío Félix Lázaro, que lo detuvo, quién sabe a dónde hubiera ido a parar.

También de esa época vienen a mi memoria las gaseosas provenientes de una fábrica de algún pariente, que se abrían empujando al interior una bolita de vidrio. Y asimismo me acuerdo de alguno de los trabajos que mi padre, con la ayuda del Tío Nicolás Lázaro hicieron para conformar la que hoy es la fuente Valmayor.

Asimismo son inolvidables el olor de los candiles de aceite que se usaban en esa época, pues no había electricidad para la mayoría. Se empezó a utilizar como novedad para alumbrar la llama de carburo, también de un olor característico, pero no era de uso común y tenía sus peligros. Otros detalles imborrables son las camas altas y el famoso corral interno, para las “necesidades”, y fuente de fertilizantes para el campo, muy requerido de ellos.

Todos estos recuerdos, sin duda, se mezclan y también se refuerzan con fotos y películas tomadas por mi padre, entusiasta aficionado principalmente de la fotografía, pues no sólo sacaba las fotos sino que también las revelaba, sacaba copias y las archivaba en álbumes, llevando un cuaderno con número, fecha y motivo de cada toma fotográfica. Todo ello lo conservo, pese a los ataques de las polillas, que algún que otro agujero han hecho en dichos álbumes.

Del pueblo, que mi padre visitó en dos oportunidades después de emigrar, sacó muchas fotografías, sobre todo en su segunda visita, en el año 1929, que no sólo se referían a temas familiares sino que buscó temas relacionados con vistas generales, lugares característicos y sobre todo los personajes típicos y representativos de esa época, así como las costumbres y fiestas trebagueñas.

Pienso hacerle llegar a Don Juan Palomero Martínez las fotos más descriptivas de esos tiempos, para que seleccione y publique lo que crea más conveniente y sin duda a más de un trebagueño o descendiente, le ayudarán a refrescar la memoria (1).

Volví a Trébago recién en 1984, cuando todavía no se publicaba La Voz de Trébago, pero la relación de mi visita será objeto de otra futura nota para no colmar la paciencia del lector.




(1) Nota de la redacción: Las 8 fotografías que se acompañan a este artículo, así como la que aparece en el Editorial, son la primera entrega de estas fotos maravillosas, que esperamos disfruten todos los lectores.


Clase Niñas 1929


Clase Niños 1929


Bisabuela y Abuela, enero 1930


Vecinos salen a la puerta


Recorriendo las calles


Virgen del Río Manzano y del Rosario



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