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Leyendas de Trébago



por Santiago e Irene Lázaro


LEYENDA DE LOS ISABELITOS

Las mismas cuevas que dan origen a la leyenda de “Las simas del Palancar y el Sabinillo” tienen relación estrecha con la presente leyenda, ya que se les hace morada y refugio de una cuadrilla de bandoleros llamada “Los Isabelitos”, que tenía su base de operaciones en las cercanías de dichas cuevas, entre “el Revedado” y “el Barranco de los Desesperados”, por donde discurría el camino real de Madrid a Francia, que en los siglos XVII, XVIII y parte del XIX era transitado constantemente por caravanas dedicadas al transporte de mercancías y viajeros.

Era curioso el modo de organizarse de estas caravanas, compuestas por cien o más bestias al mando de un jefe o arriero, cuya misión era velar para que, tanto viajeros como mercancías, llegasen a su destino sanos y salvos. Para garantizar al máximo la seguridad de la caravana, se ordenaba la marcha de las caballerías en fila india o de dos en dos, abriendo camino una pequeña vanguardia para alertar, en caso de peligro, al resto de la partida, a continuación venían los viajeros y por último los mulos que transportaban las mercancías y equipajes. El último mulo arrastraba tras de sí un enorme cencerro llamado “zumbo”, cuyo sonido, producido al chocar contra las piedras del camino, era oído por toda la caravana como señal de que el viaje marchaba sin ningún contratiempo. Por el contrario, si en algún momento se dejaba de escuchar este sonido, era señal evidente de que algo anormal ocurría en la retaguardia y, por lo tanto, era preciso tomar medidas para proteger a viajeros y pertrechos, de los posibles ataques de las cuadrillas de bandidos, que eran muy numerosas.

Una de estas gavillas de bandoleros era la de “Los Isabelitos”, cuyo nombre proviene del de su capitana la Isabelita, mujer extraordinaria con grandes dotes de mando, cuya autoridad era respetada sin discusión por sus subordinados. Se cuenta que, cuando asaltaban una caravana, jamás ni ella ni sus hombres, se mancharon las manos de sangre, limitándose, únicamente, a sustraer el botín que luego se repartían equitativamente.

Se dice también que los arrieros y tratantes de Trébago, que en aquellos tiempos eran numerosos, nunca fueron molestados por la Isabelita. A cambio, según cuenta la leyenda, durante los largos meses de invierno, en los que el tránsito de mercancías y caravanas estaba casi totalmente paralizado, los Isabelitos solicitaban a los habitantes del pueblo, los suministros necesarios para su subsistencia. Cuando tales situaciones se presentaban, el alcalde convocaba a consejo a los vecinos y, de común acuerdo, se determinaba la cuantía y clase de ayuda que se había de dar a los bandoleros. Una vez concretada ésta, se nombraba una comisión que se encargaba de llevarla hasta el refugio de los forajidos, que se encontraba en las cuevas de El Palancar y El Sabinillo.

De esta manera, el pueblo de Trébago vivió en tregua con los Isabelitos hasta que estos desaparecieron, no se sabe si por la muerte de su capitana o acaso presos por la guardia civil. Sin embargo, en los descendientes de aquellos trebagueses queda el recuerdo novelesco y fascinante de los Isabelitos y sus hazañas, junto con las deferencias que para los vecinos de Trébago tenían.

Nota aclaratoria.- A propósito de esta leyenda y por conducto de la licenciada en humanidades Pilar Lucas Martínez, cuyos antepasados fueron oriundos de Trébago y Valdegeña, tuvimos conocimiento de que, en el pueblo de Valdegeña, también se recordaba la existencia de la Isabelita, jefa de bandoleros.

Pilar Lucas nos facilitó, algunos folios de la “Libreta de Sucesos y Curiosidades ocurridas en mi pueblo Valdegeña”, escritas por un tío abuelo suyo D. Pedro Lucas Delso, canónigo que fue de la Catedral de Burgo de Osma en 1949.

Este señor dice haber oído contar a sus antepasados, que una capitana de bandoleros, llamada la Isabelita, se había instalado en una casita del barrio alto, y que al mando de su cuadrilla asaltaba a los arrieros que pasaban por “el Revedado” al que denomina valle del Infierno. También dice que la Isabelita y sus huestes, en ocasiones, extendían sus actividades delictivas hasta las provincias de Guadalajara y Madrid.

D. Pedro cuenta que, al igual que sucedía con los arrieros de Trébago, su abuelo Juanillo proporcionaba ciertos suministros a la Isabelita y sus hombres, razón por la cual nunca fue asaltado en sus viajes de arriero entre Madrid y Valdegeña.

Con estas noticias nos acercamos a Valdegeña, estableciendo contacto con el vecino de dicho pueblo D. Pedro Enciso, el cual nos llevó a la casa que se supone habitó la Isabelita y, en efecto, así, “Casa de la Isabelita” reza una placa de cerámica colocada hace unos años por iniciativa de D. Avelino Hernández. Sobre el dintel de piedra arenisca está grabado el año de 1849, probable fecha de construcción de la casa.

Ahora bien, si juzgamos por lo que escribe D. Pedro Lucas, sobre la relación directa que su abuelo tuvo con la Isabelita, la casa que ésta habitó tuvo que ser más antigua, de finales del XVIII o principios del XIX, lo que nos hace suponer que la actual construcción se edificó sobre el solar de la antigua casa.

En cualquier caso, las coincidencias entre la leyenda de Trébago y lo recogido por D. Pedro Lucas nos hacen imaginar la probable existencia de la Isabelita y su cuadrilla de bandoleros. Posteriormente, la narrar sus aventuras la imaginación popular las ido adornando hasta convertirlas en leyenda.

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Nota sobre la leyenda de la Peña del Mirón, publicada en el nº 9 de LA VOZ DE TRÉBAGO.

Concha Martínez Largo nos recuerda, a propósito de esta leyenda, un dato que, por olvido, omitimos al redactarla. Cuando el tío Sartén hizo la demostración de su fuerza levantando el monolito que yacía a los pies de la Peña del Mirón, lo hizo “en ayunas y con una copa de aguardiente”, cosa que hacemos constar para que la leyenda quede completa en todos sus detalles.


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