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Arriero soy, vendo peras (II)



por César Córdoba

De haber Diosito concedido mi ruego de que la abuela no falleciera, como le pedí con toda la fe mientras corría oyendo tocar a muerto aquella tarde del verano de 1953-4 (?), mi abuela, Mercedes Sánchez García, tendría ahora más de cien años. Sus aniversarios serían noticia no sólo en La Voz de Trébago, sino en algunos otros periódicos de la provincia de Soria. Tendría tataranietos por todos lados. Mi padre, que todo lo apunta en su libreta porque tiene muy mala memoria, anotó que vivió noventa y tres. Un día dejó de comer, luego no cenó, y al día siguiente que le llevó la tía Magdalena el desayuno a la cama, nada más no quiso. Únicamente bajó la cabeza y quedó muerta, como un pajarito. Gracias a ella (y al editor de esta revista) estamos aquí en el Trévago virtual, cibernético, de este siglo veintiuno, su servidor cargando la maleta, buscando al Goyo, y ustedes en los lugares donde están suscritos a la revista.
Lo que más recuerdo en aquella época es la sensación de libertad. Andábamos sueltos todo el día y al oscurecer íbamos a la casa, a esa hora llegaban también las cabras, la abuela y la tía las ordeñaban. Luego todos nos encontrábamos en la cocina listos para cenar, y de ahí a la cama. Mi abuela era de esas personas metódicas que no cambian su manera de hacer las cosas. A ella le gustaba en las noches sentarse junto a la chimenea de la cocina y comerse una sopa de ajos en el mismo tazón todos los días. Después de comérsela se ponía contenta, contaba cosas. A mí me parecía un menú monótono, inapetente, pura agua caliente con pan mojado. Al tío Alejandro le gustaban los corruscos con torrezno, a la tía Magdalena la recuerdo comiendo de pie sin tiempo de parar un minuto, su hijo Floren embebido en la tarea escolar. La cocina sin embargo era acogedora con la lumbre, el olor, los tíos, la conversación. Mi plática era intranscendente:
- Abuela, tengo frío.
- Vete a cagar al río, que ahí está tu tío, con la manta cagada, y el culo frío.
Cuando le escuchaba esta respuesta volteaba a ver al tío Alejandro y me lo imaginaba en la orilla del Manzano con las nalgas al aire todo zurrado. No comprendía, pero me encantaba el sonido de groserías. Eran cosas que decíamos entre amigos, entre cuates. El tío Alejandro sonreía entre bostezos, se bajaba la boina un poco más para que le tapara la luz de los ojos y pudiera echarse un sueñito. Seguramente se había levantado a las cuatro de la mañana, se había ido de inmediato a las tierras y después de quince o dieciséis horas de trabajar lo único que quería era caer rendido en la cama, pero al mismo tiempo había estado todo el día solo y le divertía la platica, hasta que ya no podía más y ordenaba:
- Hala, a dormir.
Se levantaba, y todo mundo a la cama. Tenía una manera de hablar que había que obedecerle. A dormir todo mundo.
- Abuela, tengo frío.
- Anda calla, a la cama.
- Abuela, que tengo frío.
- Pues aguántate.
- Abuela, tengo frío.
- Con un pedo y una bufa queda la cama comoo una estufa.
Cómo me hacía reir. Hubiera querido comérmela a besos.

Lo que voy a contar es algo que pasó hace cerca de cincuenta años y tal vez no debiera mencionarlo, cierto es que guardo mejores recuerdos.
En aquella ocasión, cuando entré a la cocina a la hora de la cena, le dije a la abuela:
- Abuela, tengo frío.
No sólo no me contestó sino que había un silencio grave. Aparentemente todo estaba igual, la tía Magdalena incansable preparando la cena de los demás, el tío sentado en una silla con los pies estirados y la espalda recargada en un muro, la boina sobre los ojos, los gatos también esperando comer, el olor a la alacena, el fuego chisporroteando, ...
- Abuela dime un refrán.
No me contestó. Nadie saludó, o sonrió, o dijo algo. Doña Mercedes se sabía todos los refranes de España y muchísimos internacionales, pero solamente los decía cuando le venía en gana, no era raro que callase. Pero se sentía algo tenso en el aire. Se veía en las caras que algo serio había ocurrido. Por fin la tía me preguntó.
- ¿Has sido tú?
- ¿Yo? no. ¿Qué?
- Si no has sido tú, entonces, ¿quién ha siido?
- No sé. Yo no.
En ese momento me enseñó el tazón donde la abuela cenaba su sopa de ajos. Estaba todo sucio. No sé si fue mi hermano mayor, yo, o ambos los autores de esta canallada, tampoco tengo buena memoria, pero alguno de los dos lo hicimos. Como disculpa mencionaré que mi edad no llegaba a los once. También añado que sigo avergonzado y le pido a la abuelita, allá en el cielo donde está, que me perdone la parte que me corresponde.


También me acuerdo que otra noche, de repente, comenzaron a repicar las campanas. Inmediatamente salimos todos a ver qué sucedía.
- ¿Qué pasa?
- Dios mío, que se está quemando el pueblo..
- Ahí va la hos..., ¡un incendio!
- Venga no os quedéis parados. Vamos.
- Es frente a casa de La Miguela.
Desde la calle, mirando al cielo, podía verse el color rojizo del fuego y conforme te acercabas podía sentirse el calor, escucharse el ruido de la paja y de la madera consumiéndose. Era sólo una cochera, pero había el creciente peligro de que se extendiera y se incendiase todo el pueblo. No había llovido, todo estaba seco. Había que apagarlo, pero hay que tomar en cuenta que Trévago no contaba con estación de bomberos, o teléfono. Tampoco había tuberías, y el agua había que acarrearla desde la fuente, a doscientos o trescientos metros. Era común que las mujeres fueran a traer agua, generalmente las mozas. Lo hacían en cántaros que ponían sobre un aro de tela arriba de la cabeza. Recuerdo que cuando veía estos equipos de transporte hidráulico me llenaba de admiración su equilibrio y gracia.
La Miguela era una mujer soltera, ya grande. Los niños la ridiculizábamos mucho, le llevábamos serenata en la noche, pero en son de burla, le gritábamos bajo su ventana. Lo hacíamos, tal vez, por ventaja, ella vivía sola y éramos crueles. Era un personaje que yo había llegado a creer, sin tener motivos, que era una persona mala, por el hecho de que era blanco de nuestras bromas. A veces nos perseguía, pero no recuerdo que lograra pescar a ninguno.
Pero ahora el problema no era de unos cuantos litros para la cocina o el baño. Ahora se trataba de una emergencia. De repente todo el pueblo estaba allí, trabajando. Nos juntamos hombres, mujeres, niños, animales, ... y formamos una cadena de bomberos improvisados con cubetas, cántaros, lo que fuese ... y a combatirlo. Recuerdo caras y siluetas iluminados por las llamas, los chicos y chicas que también cooperábamos, el chisporroteo, el calor, el color. Durante un buen rato todos hicimos algo de esfuerzo, aunque sólo fuese pasar de uno a otro un cubo lleno. La gran preocupación había sido que lograra extenderse y provocar una auténtica tragedia, había momentos en que el líquido no alcanzaba y parecía que efectivamente el fuego agarraba más fuerza. Entonces se oían las voces demandando a gritos más agua, más rápido. Apenas acabábamos de pasar un cubo cuando ya teníamos otro. Dolía el cuerpo, pero gracias al trabajo de todos finalmente logramos apagarlo. Me gustó la unión de todos luchando contra el peligro común. La solidaridad frente a lo adverso. Es una imagen que se me quedó grabada. La tregua en los chismes cotidianos. Sabíamos que fulano no podía ver a mengano, que la otra decía en el lavadero que perengana era una cochina, discusiones y cosas entre vecinos, y sin embargo, aquella noche combatimos en armonía hasta que se apagó y regresamos a nuestras casas. Quedé rendido de cansancio en una mezcla de orgullo, tristeza, y gozo.

Otro día de esos, me monté en mi formidable bicicleta aparcada en el patio de la entrada de la casa de mi abuela, y salí a toda velocidad para aprovechar el impulso de la bajada rumbo a la Puerta Verde. De repente, ya encarrerado, al llegar a la esquina, vi un bulto negro enfrente de mí, traté de evitarlo pero no pude y, ¡pácatelas!, un encontronazo, gritos, ruidos de platos rotos, agua, ... Alcancé a oír que alguien gritaba.
- Que el César le ha roto el cántaro a La Miguela.
- Ahí va la hos...
En el vértice de las dos calles no había gran visibilidad, ahora creo que han puesto espejos para mejorar la visión, y sucedió que habíamos coincidido La Miguela, el bulto negro, que regresaba de la fuente con el cántaro sobre la cabeza, y yo con exceso de velocidad.
La enganché de perfil, y vámonos para abajo ella, yo, el velocípedo, y el cántaro. Quedé empapado, algo aturdido. La vasija hecha pedazos. Después de unos segundos comprendí lo que había pasado y miré a La Miguela, también tirada en el piso, también mojada. Me entró el miedo. Todo este sentimiento de culpa por las serenatas y las burlas me vino de golpe en aquel momento que estaba atrapado porque la bicicleta cayó encima de mí. Pensé que no sólo me iba a castigar o a pegar, sino a cobrarme todas las que le habíamos hecho, pero no, pobrecilla, primero se preocupó de ver que yo estuviera bien, incluso me ayudó a levantarme, y luego, poco a poco se fue poniendo cada vez un poquito más enojada, conforme le pasaba la sorpresa y veía que yo estaba sano. Por fin cuando me levanté estaba ya lo suficientemente furiosa como para dejarse de cortesías, así que empujé la bírula cuesta abajo, me subí de un brinco tipo Llanero Solitario y escapé, incapaz de enfrentarme a la responsabilidad del cántaro roto.



En otra ocasión me pidió la tía Magdalena:
- Anda ves a la tierra donde está trabajanddo tu tío Alejandro, y llévale esta canasta con su almuerzo.
Salí brincando como Caperucito Rojo dispuesto a cumplir con el encargo, pero hacía un calor ... Apenas había salido del pueblo cuando me empezó a entrar la sed, entonces pensé que en la canasta habría algo de beber. Me detuve, quité el precioso mantel que con tanto cariño había puesto la tía y entre el pan, la merluza, el caldo con patatas, tocino, alubias, chorizo, y otras cosas sin interés, me encontré una bota llena de tinto. Me eché un buen trago y seguí caminando. Al rato la canasta se me hacía cada vez más pesada y el calor más fuerte por lo que me detuve a echarme otro trago, esta vez más largo, y así seguí cargando combustible cada que me daba la sed. Tuve que hacer varias paradas para descansar y refrescarme. Finalmente llegué hasta la parcela donde estaba el tío. Se ve que tenía mucha hambre porque en cuanto me vio llegar se puso de lo más contento y me gritó:
- Coñu ...
Nosotros en México hablábamos diferente, había que entenderle. El tío Alejandro a cada rato decía coño, aunque lo pronunciaba más bien como coñu, que quería decir ¡caramba!
- Coñu, pero si es el César que me ha traíddo el almuerzo. Anda ven aquí que montes el macho.
Me había quedado a la orilla de la parcela, todo me daba vueltas, comencé a caminar por la tierra desmenuzada, tambaleándome, y por fin entregué el encargo.
- Anda sube.
Me tomó por debajo de los brazos, me levantó en vilo, me montó sobre el macho, y en cuanto éste se movió, ¡pácatelas!, voy para abajo.
- ¡Coñu!, si estás borracho perdido ...
En efecto creo que aquella fue mi primera borrachera, aunque entonces no sabía lo que me estaba sucediendo. Recuerdo el miedo que sentí cuando estaba debajo del enorme macho y pensé que me iba a pisar. Luego todo seguía dando vueltas.

Ahora que ya estoy más cascado comprendo que en Trévago, un lugar tan pequeño, he visto imágenes impactantes. Las de aquella noche del fuego lo fueron, pero el lugar sigue siendo para mí fuente de visiones indelebles. Hace apenas unos meses regresé por allá. Estábamos disfrutando en compañía de mi mujer, Inés, y de mi hijo Sebastián, el banquetazo que nos había preparado la tía Magdalena con el tío Alejandro, en la misma cocina donde la abuela cenaba sus sopas de ajo. Veníamos de Barcelona sin desayunar anticipando la comida, y nos dijo la mujer que ayudaba a mi tía en la casa.
- Disculpen que los interrumpa pero está suucediendo algo muy grave.
- ¿Qué pasa?
- Pasa que están bombardeando a Nueva York, al Pentágono y al Capitolio.
Pensé que la mujer no andaba muy bien de la cabeza, pero no. Al llegar a la cocina, en un aparato de televisión, vimos los aviones chocando contra las torres gemelas del WTC. Precisamente era el once de septiembre de 2001. Estarán de acuerdo conmigo, puesto que todos las vimos, que son imágenes difíciles de olvidar.

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