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Senderismo en la Sierra



por Fernando Clavel Pardo


Pastizales y Bosques
en la Sierra del Madero
Si os gusta andar por el campo y todavía no se os ha acostumbrado la vista al nuevo paisaje que nos ha traído la concentración parcelaria, os propongo un paseo por los montes de la Sierra del Madero; pero no tardéis demasiado, porque su fisonomía también va a cambiar en breve plazo, cuando se concreten los planes de instalar dos parques eólicos en sus cumbres. Al parecer, Trébago va a entrar en el siglo XXI de la mano de un progreso (en forma de concentración parcelaria, nuevos caminos, líneas de alta tensión, aerogeneradores y subestaciones eléctricas), imparable, sí, pero que nos va a dejar el término, como diría Don Alfonso Guerra, que no lo va a conocer ni la madre que lo parió. No pretendo discutir a estas alturas las bondades o perjuicios de unos proyectos que ya están ejecutados o en marcha, pero sí espero que todo se lleve a cabo con el menor impacto y se obtengan las mayores contrapartidas posibles. Lo dicho, antes de que desaparezca un paisaje tan hermoso y querido, aprovechad para recorrerlo y fotografiarlo. En este artículo vamos a resaltar algunos valores naturales de los que podemos disfrutar y describiremos una ruta de entre las muchas posibles a través del monte.

La vegetación de la Sierra del Madero ha sufrido desde antiguo importantes modificaciones. Primitivamente, esta vertiente debió estar cubierta de bosques de roble rebollo, (también de quejigo y de sus híbridos), aunque la importancia de la ganadería ovina hizo que, posiblemente desde la Edad Media, se dedicaran a pastos una buena parte de estos montes. Persistieron algunos robledales, aunque progresivamente alterados por la extracción de leñas en régimen de monte bajo y el pastoreo de ganado caprino. También se sembraban pequeñas parcelas en forma de rozas. En la segunda mitad del siglo XX se produjo, por parte del Patrimonio Forestal del Estado primero y el ICONA después, una importante repoblación forestal con coníferas: fundamentalmente pino albar y algo de pino laricio. Estas plantaciones se realizaron tanto en zonas en las que no existía una vegetación arbórea importante como en otras en las que, por el contrario, pervivían buenos robledales (por ejemplo, el Revedado).

En el momento actual, aún podemos encontrar en nuestra sierra unas pocas buenas matas de roble, en las que existe un auténtico bosque cerrado, en algunos barrancos y laderas que miran al Norte. La mayoría son rebrotes de cepa de pies que fueron cortados hace varias décadas y el sotobosque está formado sobre todo por enebros o sabinos, zarzas, endrinos, majuelos, y espinos cervales. Se pueden encontrar también, en escaso número, acebos y, más raramente, algún serbal, mostajo, manzano silvestre o arce de Montpellier. Aunque existen zonas despejadas tapizadas por el verdor de la gayuba, parte del monte, al abandonarse el pastoreo de cabras y la extracción de leña, se ha cerrando con un matorral impenetrable de estepas, aliagas, retamas, majuelos, zarzas, enebros, etc., con robles más o menos dispersos que van emergiendo poco a poco y que, si la sequía y el fuego lo permiten, quizás lleguen a formar bosques en el futuro. En primavera el suelo se llena de flores como hepáticas, violetas, prímulas, orquídeas y, en las partes frescas, podemos encontrar algunas pequeñas fresas silvestres. En general, la vegetación de la sierra se corresponde con la típica de la montaña media ibérica sobre sustrato siliceo, y un estudioso de la botánica podrá disfrutar de una gran variedad de plantas.

Tras su plantación, en las décadas de los 60, 70 y 80, los pinares van adquiriendo cierto porte, sobre todo en el Revedado. Como hemos señalado, la inmensa mayoría son de pino albar o silvestre y, mientras son jóvenes, se ven ahogados por un denso matorral (de estepas, zarzas, enebros, o de los viejos robles que siguen rebrotando) que desaparece, bien tras la limpieza por parte de las brigadas forestales o, más progresivamente, a medida que los pinos crecen y se terminan imponiendo. Debajo de los pinos es difícil observar vegetación salvo en los claros o en los bordes, donde aparece el matorral típico del robledal degradado. Nos puede sorprender la aparición de algún acebo y, como curiosidad, se puede destacar la existencia de matas de arándanos (que, todo hay que decirlo, raramente llegan a fructificar dada la sequedad de nuestros veranos).

La fauna de nuestra sierra es rica en especies aunque pueda pasar, en gran medida, desapercibida a los ojos de quien no esté acostumbrado a su observación. La mayoría de las ocasiones, sólo encontraremos huellas o escucharemos berreas, cantos y reclamos que nos indiquen la presencia de animales emboscados en la fragosidad del monte. Las mejores horas para ver animales silvestres son las primeras y las últimas del día y lo más llamativo va a ser la aparición, normalmente fugaz o lejana, de los grandes mamíferos: venados, corzos y jabalíes. También puede aparecer algún zorro y mucho más raramente, dada su escasez y costumbres huidizas, otros pequeños carnívoros (tejón, garduña, comadreja, gato montés y jineta) que se alimentan de una legión invisible de micromamíferos (roedores y musarañas). Raro resultará también ver conejos o liebres, tan comunes en tiempos de nuestros mayores. En cambio, la abundancia de pinares ha favorecido la expansión de las ardillas, de manera que no será improbable sorprender a alguna saltando entre las ramas. Entre los reptiles, es posible que se cruce un ardacho (tenemos dos especies, el lagarto verde y el ocelado) o alguna víbora común, aunque existan otras varias especies de lagartijas, eslizones y culebras.

No obstante, son las aves el grupo faunístico más rico o, al menos, el más visible y audible en nuestros paseos por el monte. Las grandes rapaces como el buitre leonado o el águila real visitan la sierra aunque no anidan en ella. Otras aves de presa que podremos ver son águilas culebreras, ratoneros, aguilillas calzadas, aguiluchos cenizos y, más raramente, gavilanes y azores. En cuanto a los pajarillos, es unánimemente aceptado entre las generaciones anteriores a la mía, que los que hoy se ven son solo un pálido reflejo de los que hubo antaño. Entre otros muchos pájaros que todavía podemos encontrar citaremos, por su frecuencia, al ruiseñor común, petirrojo, mirlo, pinzón, herrerillo, carbonero, mosquitero papialbo, en el robledal; en lugares de matorral espeso abunda la curruca rabilarga; en las zonas más abiertas y despejadas domina el pardillo y la tarabilla común y en los zarzales y espinos podemos ver al alcaudón dorsirrojo; en el pinar, el pájaro más abundante es el carbonero garrapinos.


Robledal de rebollo
La excursión descrita a continuación es un recorrido típico que, en el transcurso de una mañana o de una tarde, nos permite conocer buena parte de la sierra y gozar de buenas perspectivas en los días despejados. Aunque seguramente no hace falta que os lo diga, para disfrutar plenamente del monte es conveniente llevar buen almuerzo, agua (o bota) y, en tiempo caluroso, evitar las horas centrales del día. La abundancia de pistas hace que no ofrezca ninguna dificultad presentarse en casi cualquier punto de la sierra; además, los desniveles son moderados y no es necesaria una especial preparación física. Tampoco es difícil orientarse, pero os recomiendo, por su calidad, el mapa topográfico nacional a escala 1:25.000 (hoja 319-II, Castilruiz); resulta muy útil ya que, aunque presenta algún fallo en la toponimia, aparecen aceptablemente bien reflejados los accidentes geográficos, pistas, cortafuegos, términos municipales, alturas, etc.

Comenzaremos a caminar desde la fuente, a unos 1.030 m. de altura, atravesando el río y tomando el camino de La Mata, ahora convertido en autovía para tractores. Este trayecto discurre entre campos de cereal y podemos reconocer, entre otros, los cantos de alondras, cogujadas, trigueros y alguna codorniz. Cruzaremos y dejaremos a la derecha el arroyo de las Pozas, en un terreno en el que antaño era fácil ver conejos; habremos ascendido suavemente hasta unos 1.100 m. cuando dejemos a la izquierda el pastizal de la Fuente Marta. Continuamos subiendo, ya con más desnivel, internándonos en una mata de roble que se ha venido aprovechando para leñas hasta hace pocos años; los árboles son rebrotes jóvenes muy espesos que se van recuperando bien, aunque no les vendría mal una limpieza. En esta zona los cantos dominantes van a ser los de petirrojos, pinzones, mirlos y ruiseñores. Cuando llegamos al alto, a unos 1.290 m., tomamos un respiro admirando el paisaje (se ve una bonita vista de la Rinconada) y cambiamos de vertiente, girando a la derecha y continuando la pista por un valle intensamente repoblado con pinos. Por el fondo del mismo discurre (a veces) el arroyo Valtabarro.

Dejamos a la derecha un cortafuegos y entramos, entre pinos laricios jóvenes, en el término de Fuentestrún. En él continuaremos hasta volver de nuevo al de Trébago, poco antes de llegar a otro cortafuegos. La pista ha venido subiendo lentamente hasta unos 1.380 m. en el punto en que encontramos una bifurcación: a la izquierda podríamos continuar por la ladera de las Vaniegras hasta el Prado Caballero, la fuente del Collado y el puerto del Madero. Por la pista de la derecha, en una breve pero pronunciada cuesta, vamos a subir hasta un collado a 1.434 m. Desde este punto podemos continuar, por la derecha, a la torre de vigilancia de incendios situada en el alto de la Tiesa, a unos 1.455 m; si no se padece de vértigo, se puede subir por la empinada escalera al punto más dominante de la sierra, aunque la plataforma superior está cerrada cuando no se encuentra el vigía. Por una pista a la izquierda llegaremos al Mojón Grande, donde existe un puesto de observación de Medio Ambiente ya abandonado, a unos 1.450 metros de altitud; aquí los pinos se achaparran y no crecen por los fuertes vientos que siempre soplan en estas alturas despejadas (por algo se pretenden poner aquí aerogeneradores) y la vegetación consiste en praderas con enebros, aulagas y erizones. En este lugar merece la pena detenerse a contemplar más relajadamente el paisaje, ya que se domina una buena parte de la provincia; destacan las inmensas llanuras que se alejan hacia el Sur y Sur-Oeste y un perfil de sierras, desde la Bigornia a Cebollera, que el observador avezado sabrá reconocer. Nos acompañan cantos de alondras y, después de respirar el aire purísimo de este lugar, bajamos de nuevo a la pista continuándola hacia la izquierda. Llegaremos a La Mesa donde, a la derecha, existe un refugio de cazadores. En este paraje, a unos 1.410 m. de altura, nace un cortafuegos que podríamos seguir para regresar por la Solana de la Cueva y Valmayor, pero nosotros continuaremos por la pista, hacia la izquierda, no sin antes admirar la vista del barranco, sus laderas pobladas de robles y pinos con Trébago al final de la arboleda.

Seguimos bajando encarando un valle, repoblado de pinos, con el Revedado al fondo flanqueado por la Peña del Mirón a la derecha y Peñalaza a la izquierda. Nos encontraremos otra bifurcación a la izquierda: es el Boquete de Castellanos (a 1.349 m. de altura). Si la siguiéramos, llegaríamos a las Minas y a las ruinas del convento templario de San Adrián y, más abajo, al despoblado de Castellanos. Nosotros no nos vamos a desviar y continuaremos bajando hasta internarnos en el pinar del Revedado; a la derecha quedan los corrales del tío Sartén y la Peña del Mirón, pero no existe camino y, para llegar, deberíamos cruzar entre los pinos. Seguimos bajando atravesando un hermoso pinar y dejamos otros dos desvíos a la izquierda, el primero de los cuales nos conduciría a Peñagatos y el segundo a la Piedra de los Tres Obispos y la Laguna del Carro; tampoco tomaremos un desvío existente a la derecha, sino que seguiremos bajando por la pista principal hasta llegar a la carretera de El Espino, ya a poco mas de 1.100 m. de altura y, por ella, podremos regresar a Trébago. Existe la alternativa de tomar, un poco más abajo, un camino a la derecha que, atravesando los pastizales de la Martillería (dejad las alambradas cerradas), nos permite alargar el paseo acercándonos a la Ermita de la Virgen. En total, el recorrido es de unos 15 kilómetros, con un desnivel de 420 metros y con un tiempo estimado para realizarlo (a un paso lento, pero sin contar paradas demasiado largas) de entre 5 y 6 horas.


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