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Oficios, ocupaciones y trabajos a los que se dedicaban hace más de dos siglos los trebagueños, como base de sus economías vitales (IV)



por Santiago Lázaro Carrascosa



El palomar y su arrendador es otro de los restos de las Comunidades de Villa y Tierra, que todavía perdura, como ejemplo típico de los bienes, industrias, dehesas, etc. explotadas en común y colectivamente, por necesidades obvias de supervivencia económica. El torreón árabe-bereber de mitad del siglo IX que hay en lo alto del pueblo, es propiedad del pueblo, del concejo del lugar, y en él desde tiempo inmemorial, nunca aplicada con más propiedad esta frase, se tiene instalado un palomar, con algunos cientos de pares de palomas, con el objeto de explotarlas, para obtener de ello carne, constituida por pichones y palomas, y abono excelente para las piezas de labor. El mantenimiento de las palomas era el que ellas mismas se procuraban en los campos de sembradío, durante la simienza, la nacencia (verde), crecimiento, granazón y recolección, y nunca mejor y más concisamente está actuando la condición de comunal y colectivo que aquí, en la alimentación y mantenimiento de las palomas, que corre a cargo, proporcionalmente de todos los labradores. Así, el que más parcelas y sembradura tiene, más pone, pero también si hay algún reparto de utilidades por este concepto es el que más recibe. El palomar era atendido por uno o varios vecinos que se quedaban con la subasta de él, al igual que con todos los oficios y ocupaciones, que podían reportar alguna pequeña utilidad para ellos. El acta de 1826 explica cómo y por quién se arrendó el palomar en ese año. Dice así:
"Digo yo, Emeterio Martínez, vecino de este lugar de Trébago, como por la presente sirvo en arrendamiento por el término de cuatro años contados desde el día de la fecha y finarán en otro igual día, mes y año viniente de 1829, ambos inclusive, el palomar de la torre del común del pueblo y por el aprovechamiento de las crías de palomas y ciemo de ellas, me obligo a pagar al depositario que en la actualidad lo es de los caudales del lugar, y a los que lo sean en los años sucesivos la cantidad de ochocientos reales de vellón en los cuatro años al respecto de doscientos reales en cada año y al mes dieciséis reales y veintidós maravedises, que es lo que corresponde (cada real de vellón tenía treinta y tres maravedises); y a más de todo esto a dar la cena y comida a los señores curas, predicador y ministros que visitasen en la festividad de nuestra Señora del Río Manzano, según lo hecho por anteriores arrendadores sin que por el pueblo se le haga abono alguno. (Otro cargo más a costillas del pueblo, a través de una institución comunal, como es el palomar, y en beneficio de la Iglesia y el clero que en días de fiestas, eran muy largos en el comer y en el libar). Pero por sí deberá pagar la carga de misas que tiene dicho palomar (o sea que también el palomar como tal tenía que pagar algunas misas, a santo de quién sabe qué oficios o beneficios. El caso concreto es otra carga más para el pueblo, en beneficio de la Iglesia), como así mismo los gastos que harán en recorrer el tejado, y otros que el ayuntamiento tenga a bien se ejecuten y no por la voluntad del citado Emeterio Martínez.
Es condición que el vecino que se verifique, con la purificación (demostración) debida, haber tirado a las palomas, no siendo en heredad suya propia, y esto ha de ser teniendo la correspondiente licencia para usar de la escopeta, y aún cuando la tenga, fuera de los límites dichos (estos límites son a quinientos o mil metros del lugar), por ningún motivo podrá tirarles, pues delatado que sea ante el Señor Alcalde será castigado con arreglo a lo que previene el reglamento y demás órdenes vigentes, sin que haya disimulo en esta parte (es decir, se aplicará la ley con todo rigor).
Y para que conste hicimos esta obligación siendo fiador Diego Felipe Soria, y lo firmaron en dicho lugar de Trébago, y enero seis de 1826. Emeterio Martínez.
Ya hemos indicado anteriormente que en 1826 era cobrador de "celemines" D. Saturnino Sánchez. Anotamos en este apartado que el pago de los celemines, hecho en especie, cebada y acaso paja, era lo que correspondía aportar a cada vecino para el pago del celeminero y pajero, otro funcionario concejil que se encargaba, en la posada, y coordinado con el vecino que se hubiera quedado con la subasta de la misma, de preparar el pienso, a medio día y por la noche, de los animales de los ambulantes, vendedores o viajeros, que venían a vender, hacer alguna gestión en el pueblo o simplemente de paso. De cualquier manera, como ya hemos dicho, el posadero, el celeminero y la posada eran cargos que proporcionaban al común de los vecinos los beneficios de poder recibir mercancías y otros servicios de personas con autoridad en la capital de la provincia o en la del estado, y por eso eran todos ellos bien atendidos, y pagados por el Concejo Comunal, la posada y sus servidores.
El pregonero, era otro funcionario concejil, adjudicado también mediante subasta, y que era el encargado de pregonar por todas las calles para que se enterasen todos los vecinos, al son del redoble de un tambor, de los mandatos, noticias, órdenes o convocatorias de reuniones, procedentes del Concejo. Así mismo se encargaba de pregonar, de la misma forma, la llegada al pueblo de los comerciantes foráneos, tal como pañeros, mieleros o colmeneros, botijeros o cacharreros, etc., para que los vecinos pudieran comprar los artículos que necesitaran, y también pregonaba la llegada de comediantes y cirqueros ambulantes, indicando la hora de la función, que se celebraba casi siempre en los bajos de la Casa Concejo, y si hacía buen tiempo en el Juego de Pelota, al aire libre. Ese día era de fiesta grande para todos los vecinos, y particular para los pequeños.
El relojero era también otro funcionario concejil contratado mediante subasta, como todos, por el Concejo, y cuya labor específica era la atención del reloj de la torre de la iglesia, procurando su buen funcionamiento, darle cuerda y subir las pesas que lo movían, a su debido tiempo, engrasar la maquinaria con aceite o manteca de cerdo, y hacer alguna reparación de menor cuantía, ya que cuando las averías eran de envergadura, ruedas, engranajes, cilindros en los que se arrollaban las cuerdas de cáñamo de las pesas, etc. era cuestión de llamar al herrero y maestro de rejas, para que hiciera la reparación adecuada. Este oficio era necesario, ya que con su campana correspondiente, el reloj de la torre de la iglesia, avisaba a los vecinos que trabajaban en el campo, bien en labores agrícolas, ganaderas o forestales, de las horas cumbres del medio día, para regresar a casa a comer, las del desayuno, y otras como la de media noche.
En páginas anteriores hemos apuntado varios de los oficios y ocupaciones de los vecinos, relacionados con el buen funcionamiento de las Comunidades de Villa y Tierra de Castilla y Aragón, la mayor parte de ellos dedicados a ocupaciones de orden artesanal, económica, desenvolvimiento social, etc. y algunos otros ubicados dentro del ámbito político administrativo para el buen funcionamiento en esos ámbitos, y también el judicial de dichas Comunidades.
No obstante, y en este ámbito político, administrativo y judicial, todavía nos han faltado mencionar algunas ocupaciones desempeñadas por los vecinos, que a continuación describimos.
Juez Forero. Funcionario en el ámbito del poder judicial encargado de atender los delitos mayores, que sobrepasaban las funciones del Juez de Paz. Este funcionario era elegido, cada año, al principio y pleno desarrollo de las Comunidades, por el voto libre de todos los vecinos, generalmente en la capital y villa de la Comunidad respectiva, en este caso Ágreda, a la que pertenece Trébago. Posteriormente fue propuesto y elegido, no por el sufragio libre de todos los vecinos, sino a propuesta de los lumineros (funcionarios eclesiásticos) de las parroquias o Mayordomos de las Cofradías, cuando ya la decadencia en sus poderes legislativo, ejecutivo y judicial de las Comunidades era muy patente. Ejercía sus funciones de acuerdo a la legislación de los Fueros, de ahí Juez Forero.
Almojarife. Recaudador de impuestos municipales y comunales que debían pagar todos y cada uno de los vecinos.
Fiel Almotacén o Almotacín. Funcionario encargado de vigilar que fuera correcto el peso público de las mercancías que se compraban o vendían, así como el de las monedas que circulaban. Igualmente se encargaba de que el peso de las mercancías fuera el correcto.
Los fieles veedores. O visitadores, que se encargaban de reconocer si eran conforme a la ley y ordenanzas las obras de cualquier gremio u oficio de abastecimiento. Era renovable y elegido por votación libre todos los años.
Los alamines. Encargados de vigilar, especialmente, la calidad, buena conservación, precio y peso de los alimentos.
El almudero. Encargado de comprobar y cuidar que las medidas públicas de áridos (trigo, cebada, leguminosas, etc.) fueran las correctas.
El alhondiguero. Ya reseñado en el epígrafe de "El Depositario". Nada más señalar que este funcionario, el alhondiguero, fue anterior y durante el pleno desarrollo de las Comunidades el Depositario o Vigilante del Pósito.
El Voz Pública, o Pregonero, o Los Guardas Montaneros o Andadores y Ministros, o Alguaciles. Que por todos estos nombres fueron conocidos los Alguaciles del Concejo de nuestra época reciente. Nombres que fueron cambiando a medida que el auge y poder de las Comunidades fue disminuyendo, ante el ataque de la nobleza, la iglesia y la monarquía.
Los Sayones. Funcionarios encargados de ejecutar las penas y sentencias dictadas por los jueces foreros u otros de mayor categoría. Estos Sayones eran funcionarios en los Concejos de las grandes villas y ciudades.
Igualmente, en grandes villas y ciudades había otros funcionarios y cargos concejiles, como Contadores, Aposentadores y Aportellados. Estos últimos eran jueces que ejecutaban las penas impuestas por la justicia, en un corral junto a las puertas de las murallas, cuidando de su cierre y apertura diariamente y a las horas y necesidades que hicieran falta.
Los Jurados, igualmente en ciudades grandes, dos por cada parroquia con derecho, en los finales de las Comunidades de Villa y Tierra, de asistir a los concejos, pero sin derecho a voto.

Oficios y ocupaciones relacionados con la iglesia y el clero.- Primero y principal era el cura párroco, jefe de la parroquia y funcionario dependiente de la mitra de Tarazona, pero que a través de misas, entierros, bautizos y otras canongías y dádivas del común del pueblo, tales como leña, aceite para las lámparas, piezas propiedades de la Virgen y la Parroquia, huertos en las mismas condiciones, bulas etc., el caso es que su sustento gravitaba en un 80 % sobre los habitantes del poblado.
En el aspecto de autoridad moral, y a través de ella, incluso la material, era la primera autoridad indiscutible en la comunidad, como sucedía en todos los pueblos de España a partir de la destrucción de las Comunidades de Villa y Tierra en el siglo XV. Era el funcionario que gobernaba toda la vida de relación, social y económica incluso, del pueblo.
Junto al cura párroco estaba el cura beneficiado en ocasiones más de uno, que vivían a expensas de las donaciones que dejaban organizadas a perpetuidad las personas pudientes que fallecían, con objeto, como es natural, de tener un lugar asegurado en el cielo católico. O sea, que después de haber disfrutado holgadamente de bienes materiales en el plano terrenal, usaban y abusaban de esos mismos medios para, por medio de capellanías, misas por cien o doscientos años, etc. Conseguirse, como se dice, un puesto en el disfrute de bendiciones también en el más allá. Previsores y lógicos estos señores, procediendo en consonancia con las enseñanzas de la iglesia.
Por las mismas razones de los anteriores beneficiados existían "capellanes", a veces también más de uno, los que además de recibir los beneficios de las correspondientes capellanías, estaban atendidos por las ayudas del Concejo, como lo demuestra el acta siguiente:
"A diez de febrero de 1840, en el lugar de Trébago, reunidos los señores del ayuntamiento constitucional (éste es un período constitucional bajo el reinado de Isabel II, después de la dictadura de Fernando VII) del mismo, pareció presente D. Manuel Díaz del Valle, y dijo se obligaba y obligó a decir la misa de alba, asistir al confesionario, predicar los sermones de la semana santa que están marcados, bajo las condiciones siguientes:
1ª.- Que debe celebrar la misa del alba todos los días de obligación, asistir al confesionario y predicar los sermones de la Semana Santa, incluso el del día 9 de septiembre por parte del pueblo.
2ª.- Que en cuanto a la misa del alba se hará celebrar a la hora regular, por manera que antes de salir el sol se ha de salir de misa en todo tiempo.
3ª.- Que por estas ocupaciones se le consignan para su manutención sesenta medias de trigo común y cuatrocientos ochenta reales de vellón pagados mensualmente.
4ª.- El trigo se le ha de dar por el primero de septiembre, con cuyos pactos y condiciones se obligaron los señores del ayuntamiento a cumplir y pagar cuanto queda pactado en esta contrata y el referido D. Manuel a lo mismo que tiene hecho en esta obligación, y para que conste lo firmaron dichos señores en el expresado lugar, dicho día, mes y año y que yo el secretario doy fe. Firmado Miguel Gómez, Gavino Sánchez, Manuel Díaz del Valle (Capellán), Fermín Cacho".
En esta acta, de período constitucional, no se repiten los apellidos clásicos de cuando el período absolutista de Fernando VII.
Inherentes a estos menesteres de iglesia, y como ya hemos apuntado anteriormente, estaban los cobradores del capellán y de las bulas, cuyo contenido queda explicado. Estas bulas eran otra fuente de ingresos para párroco y beneficiado fundamentalmente.
Cillero era un funcionario al servicio de la parroquia y de la mitra, pero pagado por el Concejo, encargado del cobro, vigilancia y guarda de los diezmos y primicias con que se gravaba a los habitantes. Estos diezmos, normalmente, eran en cereales (trigo principalmente) y otras especies, lo mismo vegetales, cebada, garbanzos, alubias, etc. como animales, pollos, gallinas, ovejas, cerdos, etc. Los cereales se guardaban en un almacén ex profeso, no lejos de la iglesia y que se llamaba y llama La Cilla. Todavía existe en Trébago.
El oficio de sacristán, muy sofisticado y circunspecto, era otro de los empleos al servicio de la Iglesia pero pagado por el Concejo, es decir, por el común de los vecinos llanos, todos. Tenía la primera y fundamental obligación de ayudar a cantar la misa o a rezarla, desde el coro, respondiendo al cura en el altar. Este oficio, aunque primeramente fue exclusivo y sólo él, de una persona, hubo épocas en que reunieron en la misma persona los cargos de Sacristán y Maestro de niños. Esto da idea de las economías que tenían que hacer de una parte el Concejo, y de otra las piruetas que tenían que ejecutar por la suya las personas para ganar el sustento diario, al ejercer al mismo tiempo la profesión de maestro de escuela y sacristán.
En 1828, por negarse a aceptar también el oficio de sacristán además del de maestro de escuela, fue despedido el maestro Sr. Máximo Pozanco. Todo el año 1828 siguió de maestro sólo el Sr. Marcelino Palacios, pero en 1829 se volvió a reunir los dos cargos en una sola persona, que fue D. Segundo Carpintero, cuyas obligaciones, además de enseñar a escribir y leer a los niños, eran como sacristán cantar y rezar las misas, asistir a los entierros, rezar rosarios y todas las mil y una ocupaciones de la iglesia, como vestir y desnudar santos y vírgenes, limpiar la iglesia, encender velas y lámparas de aceite, etc. Además regir el reloj, tocar a nublados, incendio, medio día, llevar el orden de las sepulturas, abrirlas incluso, etc. Bastante carga para desempeñarla eficazmente, sobre todo por lo que respecta a la enseñanza de los niños, para una sola persona, (mucho trabajo y penurias para mal comer). D. Marcelino Palacios había sido elegido por el Concejo, pero no se conformó con que tuviera que pagar la renta de su casa, y se llamó al segundo electo, D. Baltasar de Casas, que sí estuvo conforme con la cláusula anterior. (O sea que lo que uno lo dejaba por incosteable, otro estaba deseando de tomarlo. Así sería la miseria y estrechez de las familias). Además de todas las obligaciones de maestro, debería dejar escuchar las enseñanzas de la doctrina cristiana, a cualesquiera personas que quisiesen, los días que iba procesionalmente por las calles y plazas públicas. Firmado. Baltasar de Casas. Fulgencio Carrascosa. Manuel Ramos Ibáñez. Vicente Soria y Emeterio Martínez. En ocasiones, para mayor cruz, se le añadía el cargo de fielato al de maestro y sacristán.

Oficios artísticos y del campo de la Artesanía Industrial.- Éste es un renglón de oficios, bastante numerosos, en los que se ponían de relieve las aptitudes creativas, artísticas y dotes naturales de los que los ejercían. Como primeros en la sección artística, que casi podemos decir únicos en el pueblo llano, tenemos los "gaiteros y tamborileros", los primeros tocando la dulzaina, instrumento popular clásico, castellano, y los segundos percutiendo el tambor, de acompañamiento al gaitero. Como todos los oficios, se aprendían empíricamente y se transmitían de padres a hijos con bastante regularidad, y por supuesto ejecutando las melodías de completa memoria. No hace mucho, estos mismos artistas se fabricaban incluso sus respectivos instrumentos, y acaso esto también fuera otra manifestación artística (podría catalogarse dentro de la escultura) de las pocas bellas artes que se sepa se cultivaban en Trébago. No es extraño esa falta de dedicación a la pura creación artística, cuando el total de las actividades estaban dirigidas a los grandes campos, que condicionaban irremediablemente la vida del común: La Economía, con sus grandes problemas nunca resueltos, y el cultivo ético y moral, con sus afines, dirigido al progreso del espíritu. Para la creación de las bellas artes, literatura, escultura, pintura, arquitectura, etc. hace falta tener resueltos cuando menos en sus mínimas condiciones y necesidades el vivir material, sin las cuales no se puede realizar nada artísticamente. Normalmente, en cada pueblo, y Trébago no era la excepción, tenía su gaitero y su acompañante el tamborilero, los que no solamente se dedicaban a estas actividades por amor a la música, sino que también obtenían alguna utilidad, interpretando sus melodías en las fiestas domingueras y en las mayores, como así mismo en las religiosas o civiles.
Los cardadores, hilanderos o hilanderas y tejedores eran tres oficios en secuencia lógica, uno detrás del otro, pues los tres tenían por materia prima fundamentalmente la lana de las ovejas, aunque a veces también trataban el cáñamo y el lino. Los primeros eran los encargados de preparar y limpiar la lana bruta, virgen, con sus herramientas principales como en la carda. La misión de los cardadores, después de lavada la lana, faena de la que se encargaban las mujeres, era prepararla en copos huecos y mullidos, para facilitar la faena del hilado que vendría después.
Los hilanderos o hilanderas, ya que quienes hilaban con mayor frecuencia eran las mujeres, hacían el hilo con la rueca y el huso, instrumento bien primitivo, y fabricado comúnmente por los mismos artesanos que trabajaban la lana. Esta faena del hilado era muy típica de los pueblos castellanos, y también de Trébago, creando así mismo un folklore y costumbrismo alrededor de ella, y ofreciendo estampas muy clásicas de la mujer castellana, sentada al abrigo de su puerta, al sol o a la sombra, manejando con destreza y habilidad su rueca y su huso, y creando muchos metros de hilo que después servirán para que los tejedores fabriquen sus famosos paños, blancos, y los pardos, que eran los más comunes. También se hacían con dichos hilos medias para las mujeres, calcetines para los hombres, y multitud de prendas, tejidas, que ayudaban a las economías familiares en el renglón del vestir. También hacían calzas. Esta labor la hacían mujeres tejedoras.
Los tejedores eran los encargados de fabricar los paños y telas, con el hilo que les entregaban las hilanderas. Usaban telares primitivos, también hechos por ellos mismos o personas afines al oficio. Eran hechos de madera, y tanto de admirar era la habilidad de los tejedores como los que fabricaban los mencionados telares. En 1760 eran tejedores en Trébago Juan Redondo y Juan Miguel Sánchez, el primero de lienzos.
Aladrero era un oficio de pura artesanía local, que se dedicaba a fabricar aladros (arados) romanos, usados hasta la tercera década del siglo XX. Había por lo regular una persona con sus herramientas y taller dedicada a estos menesteres, pero no era raro el que varios vecinos tuvieran la habilidad suficiente para fabricarse sus correspondientes aladros. Los hacían normalmente, casi siempre de olmo, carrasca o roble, que son las maderas más duras e idóneas para el trabajo que hacen estos implementos. Con un serrucho y sierra, un martillo, y con el hacha y la azuela, ésta la herramienta principal, se fabricaba un aladro, que no dejaba de tener su encanto y mucha elegancia. Se procuraba elegir en el monte aquellos troncos, ramas y raíces de los árboles de roble o carrasca, que ya tuvieran la forma más o menos exacta, para las diferentes piezas de que se compone el arado romano, dental, camba, timón, éstas que son las fundamentales, y para las que se precisaba elegir el tronco o rama más adecuado por su forma.
Basteros, oficio al cual se dedicaban las personas que fabricaban los aparejos para los machos y burros. Era también de artesanía típica, y con gran habilidad para construirlos. Hacían varias clases de aparejos, pero los más frecuentes eran las bastas, las artolas para burros y los aparejos comunes y corrientes, para llevar cargas ligeras y para que sobre ellos pudieran ir las personas encima de los animales. Los materiales de roble o carrascas, hábilmente labrados a base de azuela, la paja para el grosor del mullido del artefacto, la borra para mullido en contacto con la piel del animal, y después la piel curada de cabra y oveja, para el recubrimiento exterior. El resto de los aparejos eran confeccionados de paja y mullido tanto interior como exterior suave, y de ellos se ha eliminado al armazón de madera. Trébago siempre fue un centro importante de construcción de aparejos de esta clase, y había seis y ocho personas dedicadas a este oficio, viniendo a encargar les fabricasen los aparejos correspondientes de todos los pueblos cercanos, y de distancias largas dentro de la provincia de Soria.
Curtidores y Guarnicioneros dos oficios del mismo ramo y complementario el segundo del primero. La fabricación de curtidos en Trébago es antigua, y hasta bien entrado el siglo XX subsistió una tenería que curtía pieles de todas clases. Caballos, machos, cabras, ovejas, vacas, etc., tomando encargos de varios puntos de la provincia así como de los vecinos del mismo pueblo.
Los guarnicioneros, como el nombre indica, se dedicaban a confeccionar guarniciones, o sea aparejos de cuero curtido, de las pieles de caballo, mulo o vaca, para las caballerías, para que pudieran realizar los diferentes trabajos de labranza, recolección, trilla, etc., así como los de tiro arrastrando carros, implementos y máquinas agrícolas con comodidad y aprovechando el máximo rendimiento de su fuerza animal. Este oficio de guarnicionero ya era un poco más difícil que el de bastero, y requería un utillaje y herramientas más especializados, así como, además de los cueros curtidos, otras materias primas de hierro o latón, por lo que no era asequible dedicarse a él con tanta facilidad como los anteriores. Además requería un local, a manera de taller, más idóneo y adecuado. Por todo ello este oficio era atendido por una sola persona especializada, y de cualquier manera perduró así mismo en el pueblo hasta la segunda década del siglo XX.
Las aparejadas que hacían los guarnicioneros para equipar las caballerías de tiro para los carros, en particular para los arrieros, que disponían de ese vehículo, eran verdaderas obras de arte, verdaderos alardes de creación artística entre el gremio, y no dejaba de haber gran rivalidad entre las personas que tenían carro y reata de mulas para él, por ver cuál llevaba la más elegante y mejor hecha de las aparejadas. En verdad era bonito ver un carro tirado por lo menos por tres caballerías, mulos o caballos, elegantemente aparejados, adornados con figuritas de latón, con borlas y bordados sobre los cueros. Estas tres o cuatro caballerías, siendo además uniformes en talla y potencia muscular y bien aparejadas, presentaban un cuadro costumbrista bonito y digno de ser admirado. Estampa de tiempos idos que ya nunca volverán, aunque los tengamos plasmados en series fotográficas.
Otro oficio afín a estos dos últimos reseñados era el de fieltrero que se dedicaba a hacer fieltros. Los fieltros eran las colleras, es decir los mullidos, que se ponían alrededor del cuello de los animales apoyados en los hombros y la cruz de los mismos, para realizar labores principalmente de labranza y trilla. A lo que realmente se les llamaba "fieltros" eran a los que se adosaban a los yugos para la labranza, y tarrollos o terrollos a los que se empleaban en la trilla, más ligeros que los de los yugos, ya que el esfuerzo para la trilla era menor que para la labranza. Estos fieltros tenían un armazón interior de paja de centeno, recubierta con borra y desperdicios del lavado de la lana, y después forrada con un tejido grueso de cáñamo fuerte y duro, para protegerlo, o también en ocasiones, forrado de piel semicurtida de carnero o cabra.
Otros oficios en relación con los anteriores eran los curadores de lienzos de cáñamo, un tejido grueso y duro, que servía para múltiples usos en los hogares y agricultura, y del cual eran grandes consumidores los "basteros, fieltreros y guarnicioneros". Estos curadores y tejedores tenían, primero, que curar las varas de cáñamo crudo, que compraban a los productores, tanto locales como foráneos, faena que duraba unas tres semanas, después había que hilarlo y finalmente tejerlo. Bastante laborioso el oficio, pero que producía un tejido muy apreciado y se vendía muy bien.
También estaban las devanadoras, labor realizada normalmente por las mujeres y que consistía en lo siguiente: Después de lavada, cardada e hilada la lana, las devanadoras hacían con el hilo grandes ovillos, que suministraban a los tejedores que hacían las telas. Fue un oficio que desapareció a mediados del siglo XIX, al hacerse esta operación mecánicamente. De todas maneras, este trabajo hecho a mano no dejaba de ser penoso y duro.
Los laneros o borreros comerciaban con los restos del lavado de lanas y lanas viejas y con borra, la limpiaban y la hilaban, para consumo de los tejedores.
Los curtidores de crudos, más que curtir, trataban las pieles de ovejas, cabras, perro y gato, dejándolas flexibles y suaves, y conservando el pelo y la lana, y que servían para hacer prendas de abrigo, como calzas, capas, zahones, etc. y bolsas para llevar los dineros. Estas prendas hechas con estas pieles eran muy apreciadas por pastores, cabreros, arrieros, monteros y, en general, por todas las personas que tenían que salir a trabajar al campo, oficio desaparecido no ha muchos años.
Pellejero, oficio muy desarrollado en Trébago, desde los tiempos de los grandes rebaños trashumantes hasta bien entrado el siglo XX, hacia 1960. Pellejeros eran las personas que se dedicaban a comprar las pieles de toda clase de animales, pero principalmente de ovino y caprino. Las adquirían de todas las casas del pueblo, pero principalmente las procedentes de la carnicería, las secaban adecuadamente, las enfardaban y después las vendían a los curtidores, tanto del pueblo como de otros pueblos y la propia capital de la provincia.
Canteros y moleros, dos oficios ocupados en el mismo ramo de la talla de la piedra que, como su propio nombre indica, estaban dedicados el primero a sacar la piedra de las canteras y tallarla en bloques para usarlos en la construcción de toda clase de obras de albañilería. Este oficio de cantero tuvo su auge en la edad media y moderna, cuando se construyeron las grandes catedrales románicas y góticas y miles de iglesias y ermitas en todos los pueblos de España. Cada cantero tenía su anagrama y marca que dejaba grabada en todas y cada una de las piedras que bajo su dirección se labraran. Es natural que este oficio no fuera alimentado y mantenido en Trébago ni su entorno, por la edificación de catedrales, ni tampoco por la de iglesias o ermitas que ya pasaron en el tiempo, pero siempre había alguien que encargaba la labra de algún cargadero para alguna ventana o puerta, con algún dibujo, relieve inscripción, y de ello deriva que en 1760 hubiera dedicados a este oficio de canteros dos personas, D. Santiago García y D. Manuel Ruiz, siendo este último, además, molero.
Los "moleros" eran canteros, pero especializados en la talla de las grandes muelas para los molinos molturadores de trigo y cereales, para alimento de ganados los segundos, y el primero para el hombre.
Para ser molero hacía falta, en primer lugar, que hubiera en el pueblo canteras de piedra adecuada para ello, piedra de granito o piedra berroqueña, y en Trébago y su término las había y las hay en La Peña del Mirón, La Solana de la Cueva, Valdelacalera y en el Cerro de los Balcones en la Dehesa, que dan piedra berroqueña. Esta piedra es una especie de granito, muy dura y aparente para hacer las muelas. En todos y cada uno de estos parajes que hemos nombrado quedan todavía algunas muelas de molino a medio terminar y otras quebradas, lo que indica que allí tuvieron su cantera y taller los soleros de tiempos pasados.
Estas muelas de molino redondas y de gran diámetro son de plenas edades relativamente recientes, pues además había, y tenemos muestras de ello, otras muelas barquiformes, herencia de los molinos celtíberos, con tres patas labradas, y sobre cuya superficie agamellada se deslizaba el brazo triturador, también de piedra, y movido a mano, para moler los más diversos granos y otras materias. También en la Sierra del Madero, de la cual forman parte los lugares citados con canteras para muelas, y en el término de Villar del Campo en la falda sur del Madero, hay grandes canteras de piedra berroqueña, y muchas muelas a medio construir, y en otros lugares el hueco circular que dejó en la cantera la muela terminada perfecta y que fue a formar parte de algún molino de los pueblos aledaños.
Los canteros simples tenían abundante piedra caliza y arenisca para hacer sus labras de bloques. Excelente piedra de construcción aún sin labrar usada profusamente en Trébago.
Finalmente, otro trabajo que correspondía a los canteros era el de hacer los escudos nobiliarios y eclesiásticos, a base de los encargos que unos y otros les hacían. En Trébago no hay en ningún edificio ningún escudo nobiliario, pero sí hay uno eclesiástico, sobre una puerta de una casa, con el anagrama de los jesuitas. Parece ser el de un inquisidor. En cambio hay numerosas inscripciones enmarcadas en recuadros, y sobre puertas y ventanas, del nombre del propietario y fecha de su construcción. Varias son del siglo XVIII, y las más antiguas de 1725. Hay varios arcos en algunas puertas, de medio punto, muchos con piedras labradas, con jambas rectangulares y dovelas y claves también de líneas rectas, sin molduras ni labras. Lo mismo sucede en las diferentes construcciones de la iglesia, sacristía, pórtico, escaleras para subir al campanario, en que están hechas con piedra labrada, bloques también labrados en las fachadas y varias inscripciones en recuadros de piedra con fecha de construcción, anagramas de la iglesia, y unas flores símbolo de la Orden de Calatrava en el de la sacristía, indicando que el donante fue un miembro de esta orden militar. En la Casa Concejo también hay una buena fachada de piedra labrada, un arco de medio punto del mismo material, y como hemos dicho sobre el cargadero de lo que en tiempos fue la puerta principal del pósito, una larga inscripción, en recuadro, aprovechando todo lo largo del cargadero indicando cuándo y por quién fue construido dicho almacén (fue por Carlos IV) y fecha. La inscripción dice así: REAL POSITO AÑADIDO A EXPENSAS DE SUS CAUDALES REINANDO CARLOS IV AÑO DE 1792.
El mandar hacer en una casa esos cargaderos de una sola pieza de piedra de sillería en ventanas y puertas, con el nombre del propietario, fecha de construcción y, a falta de escudos nobiliarios, el grabado de algún arado, reja u otra herramienta de trabajo agrícola, denotaba que el propietario era un labrador del estado llano, de los considerados ricos. Efectivamente, en las cuatro o cinco casas que tienen estos cargaderos se leen, de mediados del siglo XVIII, apellidos como Soria, Berdonces y Carrascosa, que según el Catastro eran pudientes, y además Mayordomos y Administradores de nobles, como D. Fulgencio Carrascosa.
La antigua fuente construida en 1838 siendo Alcalde Pedro Martínez y Martínez, también tenía sus pilones, el que daba servicio a ganadería y el de lavar de las mujeres, así como el que recibía la descarga de los caños también estaban hechos de grandes bloques de piedra labrados, y el frontis de la fuente rematado en ángulo y con alero, así mismo labrado, está hecho por grandes bloques que tienen escrita la fecha de construcción y unos versos alusivos muy del gusto romántico que dice así:

AÑO DE 1838
Se reedificó por los vecinos
Siendo Alcalde Pedro Martínez y Martínez Largo
El blando susurrar suabe y ligero
Del caño de esta fuente, siempre cante
Cuanto puede el ingenio y Pueblo entero
Que quiso unirse a trabajar constante
Sediento llega, bebe, y placentero
Tu sed ardiente apaga en un instante
Mas confiesa después agradecido,
El bien que de este Pueblo has recibido

Afiladores era un oficio a veces especializado y ejercido por alguna persona a ello dedicada, aunque no tenemos noticia de que en Trébago estuviera representada esta actividad, por lo menos que nosotros sepamos. Los gallegos eran los que monopolizaban este oficio, y con su rueda de amolar, afilar, la muela, recorrían toda España ofreciendo sus servicios, y era una estampa costumbrista y amena ver a estos afiladores por caminos y calles de los pueblos anunciando sus habilidades para afilar todas las herramientas que tuvieran corte, mediante los silbidos de un chiflo, característico, y al que le sacaban diversas tonadas y sonidos, exclusivas de cada afilador. En la fragua del pueblo había instalada una muela o piedra de afilar, de gran diámetro, movida por el pie mediante un pedal, y con un depósito de agua, en la parte inferior para hacer más efectiva la labor del afilado, que servía, además de para preparar las herramientas del herrero, como cinceles, tajadera, etc., también para que cada vecino se afilara sus herramientas grandes de corte, como por ejemplo las hachas, azuelas, azadas, etc. y algún que otro cuchillo grande de cocina o de caza. O sea que en realidad el afilador como tal oficio, también se podría asignar a las labores del herrero y maestro de rejas. En ocasiones los vecinos afilaban sus herramientas, chicas y grandes, sobre piedras planas que ellos mismos se fabricaban, o sobre alguna jamba o dintel de ventana o puerta que era de piedra arenisca fina, aparente para dejar el corte fino. Tan es así, que en muchas puertas y ventanas se ve el desgaste producido por el roce de las herramientas sobre la piedra al afilarlas. A falta de la presencia de los afiladores ambulantes gallegos, en estas piedras finas, y en las que los habitantes se fabricaban, rectangulares y de pequeño tamaño, es en donde se afilaban toda clase de utensilios, como cuchillos, navajas, azuelas, tijeras, etc.
Carpinteros sí era un oficio permanente en Trébago, establecido con su taller y las herramientas adecuadas. No le faltaba trabajo, para las numerosas cosas y utensilios de madera, que eran de uso diario, en todos y cada uno de los hogares del pueblo, como bancos, sillas, mesas, cubos, etc., pero un campo en el que desempeñaba una gran actividad, era así mismo en la reparación y construcción de muchos objetos empleados en la agricultura y horticultura, como arados, partes de los mismos, tablas de tablear las piezas, etc. así como mangos para azadas, hachas, picos, palas. También fabricaban, a veces, horcas de roble y carrasca, así como palas para las faenas de trilla. Las herramientas utilizadas para este oficio no eran ni muchas ni muy complicadas, no por no necesitarlas, sino más bien por los pocos posibles económicos de que se disponía para adquirirlas de los modelos más recientes, de tal manera, que con serruchos o sierras, cepillos, garlopas, berbiquí, martillo, y sobre todo azuelas, que era la más utilizada, se tenía todo completo, para fabricar o reparar cualquier mueble o utensilio de los usados cotidianamente.
Los cesteros era otro oficio afín al anterior, porque usaban la misma materia prima para fabricar las cestas, canastos, azufradores, etc., nada más que estos últimos utilizaban las varas delgadas y flexibles de las mimbres y zaragatos, unos arbustos abundantes en el arroyo de Valmayor, para confeccionar sus productos. Estos utensilios de cestas, en sus mil variedades y para mil usos, canastas, etc., eran tan imprescindibles para el desarrollo de la vida pueblerina, casi como el comer, ya que sin ellos se dificultarían grandemente todas las labores agrícolas y las actividades normales de relación de vida o, cuando menos, las volverían muy lentas, difíciles y fatigosas. Cesteros, como oficio local exclusivo, no parece que hubiera ninguno en Trébago, ya que ese oficio estaba monopolizado por las cuadrillas de gitanos, que periódicamente acampaban en los aledaños del pueblo, en su marcha nómada de un lugar a otro, sin asentarse nunca en uno definitivo. No obstante, en algunos pueblos de los alrededores sí había gentes dedicadas a este oficio, y aunque no tengamos noticia de que haya habido en Trébago, es de suponer que sí lo habría, ya que habiendo materia prima, y necesitando los utensilios con ella fabricados, necesariamente debería haber quien los fabricara, aunque había muchos vecinos, habilidosos que se hacían ellos mismos las cestas y otras cosas de la misma línea. Este oficio era, además, una creación artística, ya que los expertos hacían verdaderos primores tejidos con las mimbres, incluso con figuras, dibujos, etc. y eran dignos de admirarse. Eran, como digo, más que artesanos, artistas.
Campaneros, oficio muy especializado y que, como su nombre indica, se dedicaban a hacer las campanas que los pueblos les encargaban para sus respectivas iglesias. Un tío abuelo del autor fue campanero, y aunque oriundo de la provincia de Santander, radicó en Trébago e hizo y fabricó multitud de campanas que todavía siguen funcionando en las iglesias y ermitas de muchos pueblos de los alrededores de Trébago, tanto en la Comunidad de Villa y Tierra de Ágreda, como en la de Magaña, como en la de Soria. Todavía conservamos algunas de las herramientas, y moldes de letras y dibujos y gravados, vaciados en madera de carrasca o boj, con los que hacía los moldes de cera, para que después, al vaciar el bronce fundido, quedara incorporada la inscripción y dibujo al cuerpo de la misma campana. Hay herramientas, como cinceles y limas y, la verdad, son utensilios dignos de ser conservados, pues son muestras de artesanías pasadas, que al igual que con los cesteros, éste de campanero tenía más de artista que de artesano. Eran unos excelentes artistas, ya que desde la selección de los materiales para la fabricación del bronce hasta que salía la campana, tenía que poner a prueba sus habilidades y práctica, e intuición para llevar a buen fin su cometido. Después de seleccionar los materiales y hacer la adecuada mezcla del hierro y del cobre, tenían que fabricar el horno donde fundirlos, faena de órdago y de pericia increíbles, después la confección del molde de la campana en arcilla, la colocación en el mismo de los dibujos alusivos y leyendas, la recopilación de la leña de carrasca o roble para mantener las altas temperaturas requeridas, el vaciado del metal fundido, y después a esperar si Dios quería que la campana no se quebrara, o saliera defectuosa, pues de lo contrario había que empezar de nueva la faena. Una vez que la fundición y vaciado habían salido correctos, empezaba la faena de pulido y acabado de la pieza a base de lima, para quitar rebabas, resquicios de fundición, bordes, etc., también trabajo agotador y duro, pero después ... ¡qué satisfacción al ver la pieza acabada y funcionando! Tal satisfacción está expresada en la leyenda que hemos visto en varias campanas fabricadas por D. Narciso Gúemes, el tío abuelo del autor, como por ejemplo en Cerbón, Trébago, La Omeñaca, etc. Dice así, con verdadero orgullo y satisfacción de su constructor: "Narciso Gúemes me hizo". Y la fecha de la fundición.
Zapateros y alpargateros, dos oficios ubicados en el mismo campo social, o sea el de procurar calzado para los habitantes y su correspondiente reparación. Eran oficios de mucha utilidad social, y en Trébago, hasta la cuarta década o quinta del siglo XX, siempre hubo dos o tres zapateros, con abundante trabajo. Era un oficio de artesanía, que reportaba bastante utilidad a los que lo ejercían, y además no faltaba nunca trabajo. En 1760 era zapatero de Trébago Juan Tejero.
Este oficio de zapatero requería tener un local adecuado, llamado vulgarmente cuarto, con las correspondientes mesas, la silla, las púas y chinchetas, cera y por supuesto las otras materias primas fundamentales, como la suela y los cueros curtidos. Las herramientas eran los martillos especiales, leznas y las imprescindibles cuchillas. Este oficio tenía también algo de social, como la fragua, ya que en los cuartos de los zapateros raro era el día u hora en que o había reunión de algunas personas, que con motivo de ir a encargar arreglos a sus zapatos o a hacer otros nuevos prolongaban la tertulia, en compañía de otros clientes y naturalmente del zapatero, que era el eje de la reunión, y que tomaba parte muy activa en la conversación, sin impedirle realizar su faena. Estos zapateros eran así mismo verdaderos artistas de su oficio, y confeccionaban verdaderas obras de arte en borceguíes, la prenda más frecuentemente hecha, zapatos, sandalias y toda la gama de modelos y clases de zapatos y botas, lo mismo para chicos que para grandes.
Alpargateros, no se tiene la demostración de que hubiera en Trébago, pero en tiempos, cuando se cultivaba el cáñamo, que es la materia prima más idónea para fabricar las suelas de las alpargatas, no es difícil que los hubiera. Se puede asegurar que así era en efecto, aunque no se tengan los respectivos nombres. Era un oficio no tan difícil como el de zapatero, y como las materias primas empleadas se las podía ordenar el propio fabricante trenzándolas, el cáñamo, no era raro que muchos o por lo menos varios vecinos, se fabricasen sus respectivas alpargatas con un poco de habilidad que tuviesen.
Los empedradores eran obreros manuales, cuyo cometido era cubrir con piedra las calles, portales, eras y cuantos pavimentos se les encargaran, buscando la cara adecuada lisa y plana de cada canto amorfo, que empleaba como materia prima, dándole el asiento correspondiente en una cama de tierra semi apisonada. Era un oficio también que tenía mucho de arte, ya que cuando empedraban calles o portales y habitaciones de personas pudientes, hacían verdaderos dibujos, y figuras muy bonitas con la combinación de piedras y colores de las mismas, que era un primor el verlas. Era oficio de mucho trabajo, que no abonecía mucho, y de bastante trabajo, ya que el empedrador tenía que estar durante todas las horas de su trabajo de rodillas o semi sentado y en posición muy incómoda, encima de la misma tierra. Era otra forma de poder ganar algunos reales o maravedises para ayudar a la economía familiar.
En esta clasificación de oficios hay que anotar el de sastres y modistas, oficio artesanal, y desde luego tan necesario a la comunidad como los anteriores. En Trébago, como en casi todos los pueblos, había cuando menos un sastre y una modista, cuando no dos, de cada clase. En el año 1760 había dos personas dedicadas al oficio de sastres, que eran Juan Pascual y Francisco Domínguez. Desde luego no eran muchos los modelos de trajes y vestidos que tanto los sastres como las modistas llevaban a la confección, como así mismo tampoco eran muy variadas las clases de tela que utilizaban para sus confecciones. Los sastres hacían los pantalones y chaquetas de la clásica pana, rayada o lisa, lo mismo fuera para uso diario que para los días festivos. Y con las modistas sucedía lo mismo, usando lienzos y paños bastante fuertes para las faldas clásicas y trajes típicos de los pueblos castellanos, normalmente tejidos con lana virgen de oveja que tan abundante era en estos lares.




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