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Encuentro sorio-uruguayo



por Mª del Carmen Sandigali Tutor



El último fin de semana de octubre, mi familia y yo tuvimos el placer de recibir en Uruguay a Conchi y Juan Palomero.
Debo confesar que era una situación extraña, ya si bien nos comunicamos habitualmente por e-mail, y alguna vez por teléfono, nunca nos habíamos visto, y mucho menos convivido.
Todo lo que pude esperar de bueno de ese encuentro se vio mil veces multiplicado! A veces se piensa que viviendo en distintos países, con realidades tan diferentes, uno tiene que ver el mundo de distinta manera, pero no es así. Hablando con los Palomero (bueno, en realidad Conchita y yo no les dimos demasiadas oportunidades de hacerlo a nuestros respectivos Juanes), encontramos que teníamos muchísimos puntos en común: nuestra actitud frente a la familia y a los afectos, nuestro sacrificio para llegar a donde estamos partiendo de unos orígenes tan modestos, el disfrutar de las pequeñas y grandes cosas que nos da la vida, porque parafraseando a Serrat, no cuenta lo que te pasa en la vida, sino cómo lo enfrentas...
En una de nuestras cenas, frente a un suculento chivito uruguayo de La Pasiva (al final va la receta), Conchi nos contaba de cómo había sido su niñez en Trébago, y de lo feliz que había sido aún dentro de las penurias económicas. No me da vergüenza decir que a Juan (el mío) y a mí se nos caían las lágrimas. Me emociona doblemente el pensar que si en la década del '50 las cosas eran tan difíciles para España en general y para el pueblo en particular, cómo habrían sido de duras cuando mi abuelo trebagués, Gervasio Tutor, decidió emigrar a estas tierras!
Increíblemente (o no tanto) la situación se ha revertido, y son muchos los sudamericanos que hacen el camino inverso a sus ancestros en busca de un futuro mejor en España.
Bueno, no quiero irme por las ramas. La idea de esta misiva es contarles un poco cómo fue la estadía de los Palomero en Uruguay, para ver si quien la lee se entusiasma y nos hace una visita.
El viernes 28, de nochecita, fuimos a buscarlos al Aeropuerto de Carrasco y los trajimos a cenar Strogonoff (también adjunto receta) a casa, donde los esperaban mis hijos Paula y Gastón y mi prima Clarisa Tutor, con su esposo Luis y su hijito Mateo, que no entendía mucho eso de esperar levantado hasta esas horas a alguien que eran casi como de su familia, pero de los que hasta hace poco no sabía nada!
Paula es la única de los descendientes sorio-uruguayos que conoce Trébago, ya que el año pasado, en su viaje de fin de carrera a Europa, pasó un día en el pueblo. Muchos de Uds. conocerán la historia, que salió publicada en el Diario de Soria, y de lo feliz que fue allí. Comenzando por Doña Josefina Tutor, de Matalebreras, su hija María José, Juan Carlos Cervero, el Cura don Alfonso, Nicolás Tutor y su familia, no hubo nadie en Trébago que no viniera a saludarla.
Lo que al principio era la burla entre amigos (¿qué va a hacer una joven de 25 años en un pueblo perdido de Soria?), se convirtió en lo más lindo de su viaje, y lo que más hondo caló en su corazón. Siempre repetimos con su padre que de haberlo sabido antes, sólo le hubiéramos pagado una estadía de un mes en Trébago, en vez de mandarla a recorrer Europa!
Bueno, sigamos con el viaje, porque si me pongo a hablar de Trébago, me pierdo!
Nuestro regalo a los Palomero fue su estadía en el Hotel Cala di Volpe, sobre la Rambla montevideana, y allí los acompañó la suerte, pues al haber disponibilidad, los hospedaron en la Suite Nupcial. La mañana del sábado los pasamos a buscar y nos fuimos al Centro Histórico de la Ciudad Vieja de Montevideo. Visitamos la Catedral y el Cabildo, y aquí nos sucedió algo curioso: como uruguayos no habíamos conocido tanto de nuestro pasado como ese día. El guía del Cabildo, a quien aparentemente caímos simpáticos, nos dejó hacer lo que nunca se permite: traspasar las cuerdas, tocar los objetos y probarnos la ropa de esa época. Había una exposición de la sociedad montevideana de fines del Siglo XIX, dividida en dos secciones: una de cómo vivían los ricos en sus palacetes, y otra de los pobres, en sus conventillos (como mi abuelo trebagués).
Más aún, se nos permitió salir al balcón presidencial, con vista a la Plaza Matriz, por la que justamente pasaba el regimiento de honor a prestar homenaje al monumento a José Gervasio Artigas, nuestro héroe máximo.
Un dato curioso: nuestro prócer se llama Gervasio por haber nacido el día de San Gervasio, el 19 de junio, igual que mi abuelo. Artigas era hijo de españoles, y que como tales tenían la costumbre de llamar a sus hijos según el Santoral.
En esa Plaza Matriz había una Feria de Antigüedades, donde nos deleitamos la vista y nos llenamos el alma de nostalgia con tantos objetos de la vida cotidiana que ya no existen más entre nosotros, y que sin embargo nos acompañaron en gran parte de nuestra existencia. Juan (el de Conchi) se compró unas pesetas, con un agujerito en el centro, que según nos dijo hace años que no se ven en España.
De allí nos fuimos a almorzar al Mercado del Puerto, un clásico lugar de encuentro, y que si bien está remodelado (era una antigua Estación), aún conserva ese tufillo especial de lo antiguo.
Les hicimos probar el típico asado uruguayo acompañado de chorizos, morcillas, y las clásicas achuras: Chinchulines, mollejas e hígado a la parrilla, siempre de leña, jamás de carbón!
De casualidad un dúo de guitarristas ambulantes se nos acercó y sin saberlo, les cantó "Que viva España!"
Luego de almorzar, a media tarde, nos fuimos hacia Punta del Este, pasando previamente a conocer nuestra casa de veraneo en Cuchilla Alta, a pocos metros del mar. Aquí debo decir algo: hubo sólo una cosa que me hubiera gustado cambiar en ese fin de semana pseudo primaveral: el tiempo! Increíblemente, la temperatura era invernal, y nos reíamos porque yo les había recomendado no olvidarse del traje de baño y del protector solar, cuando en realidad debería de haberles dicho de traer el tapado de piel y las botas de abrigo. Con todo lo que amo Cuchilla Alta, y lo bonita que es (sobre todo mi jardín!), no pudieron apreciarla, ya que desde que bajamos del auto hasta que nos marchamos, caía una llovizna helada que nos calaba los huesos.
De nochecita llegamos a Punta del Este, al departamento que nos prestaron unos amigos del alma, con una deslumbrante vista sobre la Playa Brava. Esa noche de sábado y prácticamente todo el domingo recorrimos el principal balneario uruguayo (dicen que el mejor de Sudamérica). Visitamos nuestro departamento, sobre la Playa Mansa, que a pesar de ser 10 veces más chico que el de mis amigos, la amorosa de Conchi encontró más bonito.
A pesar del viento, bajamos un ratito a la rambla, donde está el monumento al ahogado, nos sacamos la clásica foto frente al Hotel Conrad, con mi voto en contra porque lo considero un adefesio estilo Miami, que no tiene nada que ver con los encantos de Punta del Este.
De vuelta hacia Montevideo, entramos en Punta Ballena, donde está la famosa Casa Pueblo, de Carlos Paéz Vilaró, el artista plástico gracias a cuyo tesón se pudo encontrar al grupo de uruguayos que en la década del '70 cayó en un avión en Los Andes, entre los cuales estaba su hijo Carlitos.
También visitamos Piriápolis, ascendiendo hasta su Cerro San Antonio, a cuya imagen se supone deberíamos haber pedido un novio para Paula, Lara y Beatriz (a Amaya ya la tenemos colocada).
La noche del domingo, ya en Montevideo, comimos otra vez un chivito, y de vuelta al hotel. Allí me despedí de ellos, porque el lunes debía trabajar y sería Juan quien los llevaría a las últimas correrías.
A pesar de mis esfuerzos sobrehumanos para no llorar, la emoción pudo más. La promesa de que el próximo setiembre estaré por allí frenó un poco mis lágrimas, y cuando llegué a casa y vi en la tele que había nacido la Infanta Leonor, me dije: "Cuando mañana sea Reina de España, los Palomero recordarán que en el momento de su nacimiento se estaban abrazando de esta loca uruguaya que tan feliz está de haber encontrado sus orígenes en Trébago".

Recetas:
CHIVITO URUGUAYO

Se toma un pan blandito, redondo, de unos 10 cm de diámetro, y se le da un golpecito de horno para que quede caliente.
Se abre y se le va poniendo, en sucesivas capas:
Un churrasco (trozo de carne) finito, tierno, recién cocido (a la parrilla o a la plancha)
Mozarella o queso fundido
Panceta recién dorada o jamón
Mayonesa
Lechuga
Tomate

A gusto del consumidor, se agregan (con todos los ingredientes queda más sabroso):
Hongos
Cebolla cortada finita y salteada en aceite
Huevo duro en rodajas

Se corta en dos mitades y se sirve con una aceituna pinchada en un mondadientes (para apretar todo lo anterior!)
Se acompaña con papas fritas cortadas en bastones
Aún en los restoranes, se come sin cubiertos (obviamente con un plato debajo, para no perder ni un gramo del manjar!).

STROGONOFF

INGREDIENTES:
2 kilos de lomo o pollo
2 cucharadas de aceite
3 cucharadas de manteca
1 cebolla
1 taza de champignon
1 ½ taza de crema doble
1 ½ taza de caldo
½ taza de whisky
3 cucharadas de Ketchup
2 cucharadas de mostaza
1 cucharada de harina
pimienta


PREPARACIÓN
Cortar en cubos la carne o el pollo y dorarlos en aceite
Agregar la harina, el whisky, la mostaza, el ketchup y el caldo.
En una cazuela aparte poner la manteca y dorar la cebolla picada y agregarle los champignons.
Mezclar ambas preparaciones y dejar cocinar unos 25 minutos a fuego mediano.
Antes de servir agregarle la crema doble y dejar calentar por dos minutos.

Se sirve con timbalcitos de arroz.





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