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Arrieros fuimos



por José Antonio Alonso Serón de Nágima

En esta misma sección del número 25 de "La Voz de Trébago" logramos identificar a los arrieros trebagüeses que en sus largos recorridos llegaban hasta la zona de Las Vicarías en el sureste de la provincia de Soria. La identificación fue posible gracias a la colaboración de Pura Martínez, que amplió lo que mis recuerdos alcanzaban desde la niñez, en cuanto a la presencia de arrieros de Trébago en Serón de Nágima. Pura nos desveló que estas personas eran sus hermanos Bruno, Demetrio y Tomás. Vaya por delante mi agradecimiento a Pura por haber ampliado mi anterior escrito y por su invitación a enseñarme su pueblo, que acepto y espero cumplir algún verano, cuando las circunstancias personales y familiares me lo permitan. Quiero dedicar la redacción del presente escrito a Pura y a sus hermanos, sobre todo a los ya desaparecidos, como recordatorio y para seguir dando testimonio a las nuevas generaciones del trabajo y abnegación de aquellos arrieros de Trébago.

Como decíamos en el número de la revista citada, entre los productos que los hermanos Martínez vendían por los pueblos sorianos estaba el aceite sin envasar que traían desde Aragón y cobraban en dinero o bien lo permutaban a cuenta de huevos, que luego vendían en otras localidades. Otra mercancía que traían para vender en los pueblos del sureste soriano, eran los pimientos morrones. En el presente escrito voy a tratar de la venta pueblo a pueblo, de estos deliciosos frutos de la huerta.

Los pimientos morrones eran adquiridos por "los de Trébago" seguramente a pié de finca, en las fértiles tierras riojanas o aragonesas. El transporte lo hacían sin envase alguno llenando la caja de la camioneta "a granel". El autor de este escrito recuerda la camioneta cargada de pimientos como si fuera un gran montón móvil de un intenso color rojo vivo. Apenas los hermanos Martínez llegaban al pueblo de Serón de Nágima, se situaban en la Plaza Mayor y lo primero que hacían era informar a los vecinos de su presencia y de la mercancía ofrecida, a través de un pregón que encargaban al alguacil municipal que ejercía también de pregonero. La venta de los pimientos no la hacían al peso, sino que los vendían por lotes de un número determinado de unidades. Nuestras madres y abuelas los pedían situándose al pie de la caja de la camioneta. Subido a la misma estaba uno de los hermanos para acercar los pimientos y el otro se situaba abajo para cobrar y ayudar a las compradoras a cargarlos. Para pedir la cantidad de pimientos requeridos, las mujeres utilizaban las expresiones de: "una docena", "una veintena", "una cincuentena" y hasta "un ciento", según el número de unidades deseado. Muchas veces, como estratagema comercial y muestra de generosidad con la clientela, los vendedores añadían al lote pedido algún pimiento de propina, de los que habían sufrido pequeños aplastamientos durante el transporte por aquellas sinuosas carreteras inundadas de baches. En épocas de cosechas abundantes de pimientos, hacían ofertas especiales dando el doble de cantidad por el precio de la mitad, con lo que se pone en evidencia que la táctica de marketing comercial del 2x1 no es un invento de El Corte Inglés, los vendedores de Trébago ya lo ponían en práctica desde mediados del siglo pasado con evidente éxito en las ventas.

Dado el volumen que ocupaban las cantidades de pimientos comprados, para llevarlos desde la Plaza de Serón a las casas, las abuelas se cogían con las manos los bajos de un amplio delantal que les llegaba hasta los pies y que llevaban atado a su cintura, cubriendo las sayas negras. De esta forma, confeccionaban una especie de bolsa de gran tamaño para alojar allí los pimientos. Cuando esta improvisada bolsa no era suficiente, los echaban en un pandero circular con fondo de piel, utilizado en la elaboración artesanal del pan en el Horno de la Villa. Este pandero lo ponían centrado sobre sus cabezas, sin sujeción alguna, desplazándose erguidas, manteniéndolo en un perfecto e inexplicable equilibrio estable. Tras recorrer las empinadas, y entonces empedradas, calles del pueblo de Serón y una vez en su casa, los pimientos los guardaban colocándolos encima de los montones de trigo o cebada que se almacenaba en los graneros o cámaras situadas en los desvanes de las viviendas. Esta forma de conservarlos era muy sana y eficaz, ya que permanecían inalterables durante largo tiempo.

Los pimientos morrones que los hermanos Martínez traían para vender en los pueblos sorianos del Campo de Gómara y de Las Vicarías, eran muy apreciados por el vecindario por su óptima calidad, hermosos de tamaño, finos de piel y carnosos de contenido. Los pimientos morrones, asados lentamente sobre las ascuas de los hogares de leña de encina, producían un agradable olor que invadía todas las estancias de la casa, despertando el apetito de cualquier persona que entrase en ellas.

Sirvan estos recuerdos del pasado para rendir un pequeño homenaje a aquellos trebagüeses trabajadores y honrados que, con su deambular por malas carreteras, su continuo recorrido por los pueblos y su incansable esfuerzo unido a una preclara inteligencia, supieron sacar adelante a sus respectivas familias en aquellos tiempos difíciles.


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