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Sin sueño en una noche de verano



por Berta Lázaro Martínez

¿Quién no ha tenido la experiencia, y el placer al mismo tiempo, de contemplar el cielo estrellado una noche de verano? Es un espectáculo magnífico, quizá el único al que han asistido todos los seres humanos desde el principio de los tiempos: cientos de estrellas brillantes, miles de puntos luminosos que parecen engañosamente cercanos en el fondo oscuro del firmamento. El panorama deja al observador pasmado, sobrecogido, y es inevitable una sensación de insignificancia "cósmica". La belleza del cielo nocturno en una noche como esa sólo es comparable a la rotundidad de un claro de luna, cuando ésta ofrece a nuestros ojos su perfil completo, blanco y definido en lo alto del cielo, o cremoso y difuminado al acercarse al horizonte, iluminando misteriosa e irrealmente el paisaje.

No es de extrañar que en este escenario nos asalten muchas preguntas trascendentes a las que no es fácil encontrar respuesta. Lo que pretende este pequeño artículo es orientar un poco la mirada de los que contemplan las estrellas, contar alguna curiosidad sobre el tema y ofrecer datos que tal vez despierten el interés de los lectores. Espero que intuir la grandiosidad del Universo no deje a nadie indiferente.

La primera idea interesante a considerar, y que sorprenderá a más de un seguidor de La Voz de Trébago, es que muchas de las estrellas a las que miramos una tranquila noche de agosto ya no existen y, seguramente, han dejado de existir hace mucho tiempo. Parece una afirmación extraña pero enseguida vamos a ver que necesariamente cierta. La luz que proviene de las mismas viaja incansable y rapidísima. Su velocidad es enorme, la máxima posible para cualquier "ente" de nuestro Universo, de acuerdo con la Teoría de la Relatividad de Einstein pero, al fin y al cabo, tiene un valor finito. La luz, o radiación electromagnética, recorre en un segundo la distancia de 300.000 Km. Esta extraordinaria rapidez hace que cualquier suceso cotidiano en el que esté implicada se perciba de forma instantánea. Pero en la escala del Universo, con las grandísimas distancias que existen entre los planetas, las estrellas y las galaxias, esto no es así. Por ejemplo, la distancia entre la Tierra y el Sol es de 150 millones de kilómetros y la luz tarda poco más de ocho minutos en recorrerla. Si el Sol desapareciera súbitamente tardaríamos aproximadamente ocho minutos en percibirlo, ya que ése es el tiempo que la luz emplea en recorrer la distancia que nos separa, llegar a nuestros ojos y formar una imagen en la retina, que nuestro cerebro interpreta como "ver". Dicho de otra manera, no vemos al Sol en tiempo real: desde la Tierra lo observamos en diferido y la señal nos llega con algo más de ocho minutos de retraso. Claro, el Sol es uno de nuestros vecinos más cercanos. La mayoría de las estrellas están muy lejos. Las distancias en el Universo son tan enormes que no resulta práctico medirlas en kilómetros. Los astrónomos utilizan precisamente como unidad de distancia el año-luz, que es la distancia que la luz recorre en un año. El año-luz es una unidad interesante porque nos indica a la vez la distancia espacial (puede calcularse muy fácilmente a cuántos kilómetros equivale, 10 billones más o menos) y temporal. Una estrella que esté a 1 año-luz de distancia de la Tierra la vemos con un año de retraso, ya que la luz que proviene de ella tarda un año en llegar a nosotros. Si esa estrella se colapsara o se dividiera en dos ¡tardaríamos un año en darnos cuenta! La mayoría de las estrellas que vemos en las noches de agosto en el cielo de verano están mucho más lejos: cientos, miles e incluso millones de años-luz. Lo que impresiona nuestros ojos es la luz (un "fósil" muy particular) que esas estrellas emitieron hace cientos, miles o millones de años. ¡La imagen del cielo estrellado que nos fascina es una impresionante fotografía del pasado!

El tamaño del Universo es otra de las cuestiones de las que es difícil ser consciente. La magnitud de las cifras desconcierta un poco porque excede con mucho la escala humana y casi lo que puede analizar nuestra mente. La referencia inmediata es nuestro planeta, la Tierra, que forma parte del Sistema Solar. Los planetas, atrapados gravitacionalmente por el Sol, describen órbitas en torno a él. Los confines del Sistema Solar ya se nos antojan extraordinariamente distantes: los planetas gaseosos gigantes, como Júpiter y Saturno, y los helados Urano, Neptuno y Plutón están tan lejos de nosotros que una sonda espacial tiene que viajar varios años para alcanzarlos. Pues bien, el Sistema Solar es un punto diminuto que ocupa un lugar "marginal" en uno de los brazos exteriores de La Vía Láctea, nuestra galaxia, que contiene según las estimaciones de los astrónomos, entre 200.000 y 400.000 millones de "soles". La Vía Láctea, una galaxia de tipo espiral, está próxima a otras que constituyen el Grupo Local, de unos 10 millones de años luz de diámetro.

Aunque casi escape de nuestra capacidad de comprensión hay que decir que en el Universo hay centenares de miles de millones de galaxias. Cada una de éstas puede estar formada por centenares de miles de millones de estrellas y otros astros. Y por si esto fuera poco, las galaxias están tan distantes unas de otras que podríamos decir que el Universo es básicamente un espacio intergaláctico infinito, vacío y helado.

Algunas constelaciones

Si el paseante nocturno se aleja de las fuentes de contaminación lumínica y busca un lugar tranquilo y oscuro donde mirar con calma, pronto empezará a descubrir la magia de las noches estrelladas. En un cielo despejado, y si se dan buenas condiciones para la observación, a simple vista se puede captar la imagen de unas 3000 estrellas en cada uno de los hemisferios y con unos prismáticos o un telescopio muchas más.

Una constelación es una agrupación de estrellas cuya posición en el cielo es aparentemente cercana. Los astrónomos de las antiguas civilizaciones imaginaron líneas que unían las estrellas próximas y construyeron figuras que les recordaban a animales, personajes de la mitología o dioses. Son diferentes de unas civilizaciones a otras, aunque algunas asociaciones se repiten. En realidad las estrellas que forman parte de ellas pueden estar a muchos años-luz de distancia unas de otras pero están tan lejos de la Tierra que aunque las observemos desde distintos países o continentes de nuestro planeta, su posición relativa es siempre la misma y las percibimos con la misma forma. Otro asunto diferente es que con el transcurso del tiempo la forma de las constelaciones cambie porque las estrellas se mueven. Desde 1930 hay un catálogo oficial publicado por la Unión Astronómica Internacional con 88 constelaciones. La mayoría de ellas están recogidas en los planisferios celestes, que no son otra cosa que un plano del firmamento en el que están representadas las estrellas visibles, en función del hemisferio, fecha y hora en el que se realiza la observación.

Para orientarse en el cielo nocturno y reconocer las constelaciones es necesario disponer de alguna referencia. Invito al paseante nocturno a que dirija su mirada hacia el norte. Entre las once y la doce de la noche de una noche veraniega (para los trebagüeses, no lejos del horizonte que dibujan Los Cerros) podremos situar fácilmente la Estrella Polar. La Estrella Polar es la estrella visible del hemisferio norte situada justo encima del eje de la Tierra y más cercana a él, y ha sido buscada y observada por los navegantes de todas las civilizaciones, ya que señala la situación del polo norte geográfico. En nuestro hemisferio la Osa Mayor o Carro es una de las constelaciones más fácilmente reconocible y la clave para localizarla: basta prolongar cinco veces la distancia entre las dos estrellas que forman la parte trasera del carro para encontrar la Estrella Polar. También puede servir de referencia la constelación de Casiopea, con su forma de W característica. La estrella Polar se encuentra casi equidistante de ambas (Figura 1).


FIGURA 1
La Osa Mayor se llama así porque los griegos asociaron a las siete estrellas principales otras más débiles y vieron en el conjunto una representación de ese animal. La estrella central de las tres que forman la cola, que se llama Mizar, tiene una estrella asociada, Alcor, de menor brillo pero que se puede observar a simple vista. Forman una de las parejas de estrellas dobles más famosas del Cielo. Las estrellas dobles son sistemas de dos estrellas muy próximas que giran conjuntamente por efecto de la fuerza de la gravedad con que se atraen mutuamente en torno a un punto situado entre ambas.

La Estrella Polar al encontrarse en la prolongación del eje de la Tierra no cambia su posición respecto a ésta. Las constelaciones aparentemente giran en torno a este punto y describen círculos enteros a su alrededor. Esto se ve así desde nuestro particular sistema de referencia que es la Tierra. En realidad los que nos movemos somos nosotros, ya que viajamos con ella (a una velocidad enorme, por cierto) en el movimiento de rotación sobre su eje, que se completa en 24 horas, y alrededor del Sol, con un periodo de un año. Así obtenemos panorámicas de 360 º en el Universo que nos rodea.

La Estrella Polar forma parte de la Constelación de la Osa Menor y es una estrella de magnitud 2, que se llama Alfa Polaris y que está a unos 680 años-luz. Para referirse al brillo de las estrellas se habla de magnitud. Las magnitudes negativas o cero corresponden a estrellas muy brillantes; hay estrellas de primera, segunda, tercera magnitud, etc; las de magnitud sexta son muy débiles y apenas se distinguen a simple vista. La Estrella Polar nos permite identificar la Osa Menor, que tiene la misma forma que la Mayor, aunque es más pequeña y se encuentra en posición invertida.


FIGURA 1 BIS
Una curiosidad respecto a la Estrella Polar es que no ha sido ni será siempre la misma a lo largo del tiempo. Por un efecto llamado precesión de los equinoccios el eje de la tierra se desplaza respecto a las estrellas, describiendo un cono o círculo (igual que lo hace el eje de giro de una peonza) que se completa en un periodo de tiempo de unos 26.000 años. En otras palabras, si proyectamos el eje de la Tierra en el fondo de estrellas, obtenemos un punto que no siempre está en el mismo lugar. Este movimiento sólo es perceptible en miles de años, pero tiene la suficiente importancia para que la Estrella Polar de los antiguos egipcios no sea la misma que hoy nos señala el Polo Norte actual. La Estrella Polar de hace unos 5.000 años era Thuban, una estrella de cuarta magnitud, que ocupa la tercera posición en la cola de la constelación del Dragón, que como se puede observar en el esquema se encuentra entre las Osa Mayor y la Menor. (Figura 1)
Estas constelaciones que hemos mencionado hasta ahora se llaman circumpolares por su proximidad al polo Norte y son visibles en nuestro hemisferio en todas las épocas del año.

Si prolongamos el arco que describen las tres estrellas de la cola de la Osa Mayor nos topamos con la una de las estrellas más brillantes del cielo de verano, Arcturo, de color naranja, que pertenece a la constelación de El Boyero (Boyero, o Bootes) y que se encuentra a 36 años-luz de distancia. A la izquierda de Boyero un semicírculo de estrellas muy próximas dibujan una corona. El grupo se conoce con el nombre de Corona Boreal. (Figura 2)


FIGURA 2
La espectacularidad del cielo veraniego se debe en parte a la magnífica perspectiva que ofrece La vía Láctea, una franja de nuestra galaxia, que alcanza una posición muy alta en el cielo y que lo cruza de lado a lado. En esa banda, también conocida popularmente como Camino de Santiago, se pueden divisar multitud de estrellas, nebulosas (acumulaciones de gas y polvo interestelar, que parecen nubecillas) y cúmulos. Éstos son grupos de estrellas que se mantienen juntas por efecto de la fuerza de la gravedad. Las Pléyades y las Hiadas son los dos cúmulos abiertos (sin forma definida) de estrellas más conocidos. Se encuentran en la constelación Tauro y son observables a simple vista en el cielo otoñal.

En la Vía Láctea hay una gran concentración de estrellas y constelaciones que se pueden identificar con ayuda de un planisferio. La constelación de Sagitario es un punto de interés, ya que en esa dirección se encuentra el centro de nuestra galaxia. En lo alto del Cielo podemos distinguir El Triángulo de Verano, formado por tres estrellas, Vega, Deneb y Altair, todas de primera magnitud. Vega y Arcturo (Boyero) son las dos estrellas más brillantes del hemisferio norte. Vega es una estrella blanca; el color de las estrellas, que generalmente no se aprecia a simple vista aunque sí con telescopio, depende de su temperatura, las más "frías" son las rojas (unos 3.000º C); las intermedias, las blancas (9.000º C); y las más calientes las azuladas (hasta 35.000º C). Vega está a unos 25 años-luz de distancia, pertenece a una constelación llamada Lira, que tiene forma de un pequeño rombo, y tiene una estrella asociada (formando con ella una estrella doble) que sólo podrán distinguir a simple vista los que disfruten de una agudeza visual extraordinaria. Deneb, otro vértice del triángulo, está en la constelación del Cisne, también llamada Cruz del Norte. Deneb también es una estrella blanca, que está a 1600 años-luz de distancia. Y la estrella que nos falta para completar el triángulo, a 16 años-luz, es Altair que forma parte de la constelación del Águila. (Figura 3)


FIGURA 3

Un objeto celeste que hay que mencionar, aunque la época en que se puede ver en el hemisferio norte sea otoño-invierno, es la constelación de Andrómeda. Cerca de ella hay una pequeña nube, que es la Galaxia de Andrómeda (Ver planisferio). Esta galaxia (el objeto M 31 en el catálogo de Messier, un catálogo de objetos del espacio publicado por primera vez por este astrónomo francés en 1774) que pertenece al Grupo Local, es el objeto del Cosmos más lejano que se puede observar con nuestros ojos, y el único de los mencionados hasta ahora que no pertenece a la Vía Láctea. Se trata de una galaxia enorme con miles de millones de estrellas. Ya aparece en los registros de los astrónomos persas del siglo X y se encuentra a dos millones y medio de años-luz. La luz que nos llega en agosto de 2010 procedente de Andrómeda salió de allí ¡hace dos millones y medio de años! cuando en la Tierra no había ni rastro de seres humanos tal y como los conocemos hoy en día, tan sólo quizás algún homínido de los que nos precede en la escala evolutiva.

Otra de las atracciones de los cielos veraniegos, especialmente a mediados de agosto, es lo que se conoce popularmente como lluvia de estrellas o estrellas fugaces. La Lluvia de las Perseidas ocurre en torno al 12 de este mes. Las estrellas no "caen" ni se desactivan como los restos de los castillos de fuegos artificiales. Lo que vemos como un punto luminoso que cruza una parte del cielo en unos segundos hasta desaparecer, no es otra cosa que un fragmento de roca (meteoro), probablemente el resto de un cometa, que a gran velocidad colisiona con las capas altas de atmósfera terrestre. La fricción con la materia que constituye la capa de gases que rodea a la Tierra hace que se queme y se desintegre, dejando el rastro de luz que buscamos en las noches de agosto.

Hasta ahora hemos hablado principalmente de las estrellas, claramente visibles por la noche porque son auténticas bolas de fuego que desprenden cantidades ingentes de energía en forma de luz y calor debido a las reacciones químicas de fusión que están teniendo lugar en su interior. Los planetas no tienen luz propia pero también son visibles, porque reflejan la luz que les llega del Sol. En el cielo nocturno se perciben como puntos luminosos aunque su brillo es más constante que el de una estrella. Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno son observables a simple vista. Localizarlos en el firmamento es más complicado porque los planetas se desplazan en el Cielo al ir avanzando en su órbita alrededor del Sol. En cualquier caso, no es difícil identificar a Venus, El lucero del Alba, brillando intensamente antes de la salida del Sol y en el crepúsculo, próximo al horizonte. Su tamaño y luminosidad son superiores a los de cualquier estrella. El ocho de agosto de este año y en la dirección oeste, Marte y Saturno se encuentran próximos a Venus, y se pueden observar después de la puesta del Sol, aunque su brillo es mucho menor que el de este último. El primero tiene una tonalidad rojiza y el segundo presenta distinta luminosidad en función de su inclinación, que deja ver más o menos sus característicos anillos.

Por último, no puedo dejar de mencionar a la Luna. No hace falta ser un romántico clásico para quedar fascinado por ella. Nuestro único satélite, que alguna vez formó parte de la Tierra, de acuerdo con algunas teorías, es el objeto celeste más cercano (está a 384.000 Km de la Tierra) y su atractivo se encuentra fuera de toda duda. Siempre nos presenta la misma cara, por una coincidencia entre el periodo de rotación sobre su propio eje y el tiempo que tarda en girar alrededor de la Tierra. Esta superficie visible es muy conocida y su relieve aparece detallado en cualquier manual de astronomía. Con unos prismáticos pueden observarse los "mares", que son las zonas más oscuras, de sugerentes nombres, y otros accidentes como llanuras, cráteres y montañas. La Luna carece de atmósfera y a consecuencia de ello la temperatura en su superficie es extrema, su cielo negro y es un mundo de silencio ya que el sonido no se propaga en el vacío. A lo largo de 28 días, que es el tiempo que tarda en dar una vuelta alrededor de la Tierra, podemos observar todas sus fases que se suceden al quedar su cara visible iluminada por el Sol, total o parcialmente, o en la oscuridad. La gravedad en su superficie es un sexto de la terrestre y es responsable, en parte, de las mareas. Con el cielo despejado o entre nubes, su claridad siempre nos atrae poderosamente.

A estas alturas de nuestro viaje el lector ya sabe que orientarse en el cielo es tan fácil como hacerlo en cualquier otra parte, si se dispone de un instrumento tan sencillo como un mapa. Así que si le ha resultado grato el paseo por la inmensidad del Cosmos, le propongo que, en sucesivas ocasiones, y con ayuda del planisferio, camine a su ritmo por el espacio y por el tiempo.

En la Escuela de Trébago, en el año 1934, las niñas ya tenían referencia de algunos de los asuntos de los que hemos estado hablando aquí, como demuestra el cuaderno de Concha Martínez -mi madre-, que contaba entonces con diez años de edad.

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