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Los poyos de sentarse



por Santiago Lázaro Carrascosa

UN ELEMENTO DE LA CONSTRUCCIÓN URBANA DE TRÉBAGO, FOLKLORICO-CULTURAL DEL MEDIO PUEBLERINO, COMÚNMENTE OLVIDADO. "LOS POYOS" CONSTRUIDOS AL EXTERIOR PEGADOS AL LIENZO DE LA PARED Y CONTIGUOS A LAS PUERTAS DE ACCESO A LAS CASAS. (TAMBIÉN LOS HABÍA EN ABUNDANCIA EN EL INTERIOR DE LAS VIVIENDAS).

El "poyo" es un banco de obra de albañilería hecho con mampuesto de piedra menuda y argamasa de cal o yeso. También se construían de una sola piedra grande labrada o sin labrar, pero que tuviese una superficie plana, para que sirviera de asiento para las personas.

Se construían en el exterior de las casas adosados a la pared y junto a la puerta de la calle, en cuyo caso su principal misión era la de servir de asiento a las personas. Tenían también otras funciones que iremos anotando a continuación en el presente escrito. También se hacían en el interior de la vivienda, generalmente en el portal, la cocina y las despensas. Estos poyos interiores, además de servir para sentarse las personas en el portal y la cocina, aprovechando cualquier rato o momento que se tuviera libre para descansar, se utilizaban para colocar sobre ellos las talegas llenas de granos y piensos para los animales, pero sobre todo las sacas de harina, de las que durante todo el año el ama de casa iba sacando la que necesitase para hacer el pan. La existencia en estos poyos del portal de las mencionadas sacas de harina, era clásica y normal en casi todas las casas del pueblo. También se colocaban en estos poyos, con preferencia en los del portal, útiles, herramientas e implementos del labrador, de los que diariamente se necesitaba. Los poyos que se construían en la cocina servían para apoyar y guardar sobre ellos las tinajas, cántaros, rallos y botijos, que contenían el agua para el consumo humano y uso doméstico. Los poyos construidos en las despensas y otras habitaciones que hacían las veces de almacén servían para sostener las pellejas llenas de aceite, los botos conteniendo vino, cestas, canastos y cestos que guardaban alimentos, así como las ollas que contenían los chorizos, lomos y costillas en aceite, provenientes de las matanzas caseras.

Los poyos exteriores constituían una faceta más de la vida pueblerina, una característica más del discurrir de ella, una parte de sus tradiciones y costumbres en las que incidían las condiciones climatológicas muy duras del agro soriano. Así mismo estos poyos eran una consecuencia o producto de la cultura popular campesina, poniendo a disposición de las personas estas creaciones suyas, como otras muchas, para mejor defenderse de las inclemencias del tiempo, y desarrollar ciertas parcelas de la vida social y comunal del pueblo. En algunos casos de poyos exteriores, además del asiento construido sobre la pared de la casa, tenían un pequeño lienzo de pared, perpendicular a la de la casa y pegado al poyo, con una altura media de unos dos metros, que servía, al formar un ángulo más o menos recto con la pared de la casa, para resguardar a las apersonas ocupantes del poyo de los fuertes y fríos vientos del norte, "El Cierzo" y del noroeste, "El Gallego"; al mismo tiempo, que el sistema recogía los rayos solares directos del saliente y del medio día principalmente, pero en ocasiones también los del sol poniente. No todos los poyos, ya lo hemos dicho, poseían este lienzo de pared adicional, generalmente porque al estar orientados al saliente o al medio día no lo necesitaban, o porque algunos de estos poyos estaban construidos, ya intencionadamente, en ángulos formados por las paredes de las casas, que ellas de por sí, proporcionaban el abrigo de los vientos fríos que hemos dicho; y también porque los poyos estaban construidos en patios o callejones particulares, protegidos por sendas paredes a uno y otro lado de la puerta de la casa, y además por otra puerta con hojas de madera, que cerraba el frontis del callejón, y que era la que directamente comunicaba con la calle. Este recinto así cerrado tenía muchas y buenas condiciones de abrigo para las personas que se sentaran en los poyos respectivos.

Estos poyos exteriores eran la mayor parte particulares, construidos por cuenta de cada propietario y para su uso particular, pero también los había públicos, que servían de lugar ideal de reunión de muchas personas, unos aptos para los hombres y otros más idóneos para las mujeres, y que constituían una diversión amena y grata en el transcurrir de la vida pueblerina. No quiere decir que aunque estos poyos fueran particulares, en cuanto a la propiedad de los mismos, no los pudieran usar con plena libertad, todo el mundo, aunque, claro, con la venia o en compañía generalmente de alguna de las personas dueñas de la casa en donde se hallasen.

Como famosos poyos públicos de mucha solera y tradición teníamos en primer lugar el Poyo de la Fragua o Mentirón o Mentidero que está señalado en plano con el número romano I. Este poyo tenía un lienzo de pared protegiéndolo del cierzo, formando un ángulo más o menos recto con la pared del saliente de La Fragua comunal del pueblo que le protegía del gallego, de manera que era un lugar muy abrigo y por ello muy concurrido en todas las épocas del año, tanto por personas mayores, maduras y mozos, como por chicos. Como la Fragua comunal era por sí misma un lugar al que con frecuencia se acudía diariamente para arreglar rejas, barrones, planchas, belortas, y toda clase de implementos de hierro necesarios para la labranza, el Poyo del Mentidero, consecuentemente, se hallaba siempre muy concurrido, y tanto en verano como en otoño o en primavera se celebraban estos encuentros entre vecinos, confortablemente instalados en el poyo. Allí, al mismo tiempo que se realizaba el aguzado de las rejas, se hablaba y comentaba ampliamente, entre los reunidos, los mil y un temas de la vida pueblerina, provincial o nacional, y en verdad que las conversaciones eran enteramente sabrosas e interesantes, generando en algunas ocasiones palabras más altas y elevadas de tono que lo normal, provocadas por las diferencias de opiniones, y de vez en cuando algún pequeño altercado, sin mayores consecuencias. Había el Poyo del Horno, marcado con el número X, también abrigado del cierzo y del gallego pero por las paredes de las casas y del horno comunal, actualmente desaparecido, igualmente que el anterior. El Poyo del Portigao o Pórtico de la Iglesia, que todavía perdura, marcado con el número XIII. El Poyo del Juego de Pelota, también conservado, marcado con el número II. También había unos poyos públicos aunque interiores en el Bodegón o de la Casa Concejo, marcado con el número IX. Este Bodegón era una gran sala de la planta baja de la Casa de Concejo, permanentemente abierta, con un portalillo en la misma puerta de la calle, que es en donde realmente estaban construidos los verdaderos poyos de mampuesto y cal o yeso. En la gran sala o Bodegón, lo que había exactamente eran unas largas y gruesas maderas de roble o carrasca, colocadas a lo largo y ancho de las paredes, que hacían las veces de "poyo" y asiento. El Portalillo, que daba acceso al Bodegón, era normalmente el punto de reunión de la chiquillería para realizar sus juegos y diversiones favoritas, mientras que el Bodegón servía primero y antes que nada, y en tiempos no muy remotos, para celebrar las reuniones de vecinos cuando eran llamados a Concejo Abierto al son de campana tañida, en donde por votación se tomaban las correspondientes decisiones para el pueblo. También se celebraban, cuando el tiempo impedía que se realizaran al aire libre, los bailes y diversiones de la mocedad en general y a donde asistían muchas personas mayores, hombres y mujeres, principalmente éstas, que se divertían muy a lo grande viendo, observando y criticando los comportamientos de mozos y mozas, y en especial el de las parejas de novios, así como las riñas y altercados que se suscitaban, todo lo cual sería tema de conversaciones por varios días o semanas, entre comadres y vecinas, cuando se reunían en sus poyos particulares o en otros lugares, por ejemplo en el Horno Comunal. También en el Bodegón se celebraban las comedias, es decir representaciones de obras teatrales a cargo de compañías ambulantes de actores, cómicos y titiriteros, que de vez en cuando solían venir por los pueblos en busca de ganar unas pesetillas para su sustento, y en verdad que esas noches de comedias eran una gran diversión para todos los habitantes del pueblo, lo mismo viejos y maduros que jóvenes y chicos. Ese día era fiesta general.

Todos estos poyos, públicos y privados, son símbolos y escenarios materiales que han perdurado, de muchas actividades económicas, sociales, políticas, artesanales, en definitiva de las creaciones culturales del pueblo y sus habitantes, que las desarrollaron durante cientos de años, y por eso constituyen una parte importante del folklor, costumbrismo y tradiciones, mereciendo bien la pena que los estudiemos.

Los poyos particulares servían en primer lugar como asiento, en el verano, para descansar de las duras faenas de la trilla del día, pero sobretodo para "tomar el fresco", así se decía, un rato de trasnochada, después de cenar, en las cálidas y apacibles noches estrelladas de julio y agosto. Ello era motivo, para que con la grata sensación de frescura de la noche estival, que sabía a gloria, después de pasar los grandes calores del día segando o trillando, estuviera reunida toda la familia en grata, placentera y armónica solidaridad hasta la hora de acostarse. Lástima que estas trasnochadas no podían ser muy largas, ya que había que aprovechar cuantas horas mejor de sueño y recuperar las energías de los cuerpos y músculos que habían sido sometidos durante el día, muchas horas al durísimo trabajo de la recolección. Se tenía uno que levantar muy de madrugada, las tres o las cuatro de la mañana cuando más tarde, y aunque el trasnocho al fresco era muy placentero, había que escuchar la imperiosa necesidad física del descanso corporal. De verdad que se sentía mucho el tener que dejar la frescura de la noche en el poyo, así como la grata compañía de la familia, familia que con frecuencia se veía aumentada para estas fechas por parte de nuestros tíos y primos emigrados a América y a otras partes de España, y que habían llegado al pueblo, a la casa paterna, a pasar sus vacaciones veraniegas. Ciertamente se pasaban en estas ocasiones sentados sobre los poyos muy gratos y reconfortantes momentos. Los recordamos con agrado y añoranza.

Después de pasado el verano, servían también, pero principalmente en todo el otoño, para tomar el sol, ese sol que poco a poco va perdiendo su poder calorífico, al mismo tiempo que se van acercando los fríos del invierno. Para esta época del año servían muy bien los poyos que poseían ese lienzo de pared o paretón que resguardaba del cierzo y del gallego, y era cosa frecuente y normal ver a mujeres y hombres, estos últimos ya bien avanzados en edad, estar sentados en los poyos de sus respectivas puertas de la calle de las casas, tomando el sol, al mismo tiempo que la mujer o mujeres se dedicaban a tejer, coser, hacer ganchillo u otras varias faenas de la casa propias de la mujer, como el remendar las prendas de vestir de los hijos y el marido, siempre con miras a que fueran útiles para el hogar, y mientras, los hombres se dedicaban a leer la prensa local, "el papel" se decía, y a echar sus correspondientes cigarros. Todo esto sucedía normalmente en el curso de la tarde, pues era en esas horas, después de comer, entre la una o una y media y las cuatro o cuatro y media o las cinco de la tarde, según lo avanzado del otoño, cuando mejor se podía aprovechar el poco calor que todavía podía dar el sol. Estas estampas de las mujeres y hombres sentados al sol en los poyos, tal como las hemos descrito, eran verdaderas e interesantes escenas de costumbrismo y tradiciones populares dignas de haberlas contemplado y en estos momentos de escribirlas, pues, además del mero hecho de tomar el sol, ellas y ellos venían ataviados con sus respectivos trajes típicos. Ellos gorra (boina) o pañuelo arrollado a la cabeza, pantalón de pana, chaquetilla corta y abarcas o alpargatas de hiladillo, y ellas con pañuelo a la cabeza, toquilla y/o el clásico mantillo y sayas de paño, mientras por la calle, frente a los reunidos y deambulando por la misma, las gallinas buscaban gusanillos, insectos, granos y toda clase de alimentos que pudieran ingerir, siendo muy bien vigiladas por las mujeres y hombres al mismo tiempo que hacían sus faenas y charlaban. Completaban la escena, en toda ocasión, los perros de ganado o caza, o de simple compañía del hogar, echados y enroscados sobre sí mismos a los pies de sus dueños y dueñas, absorbiendo también el calorcillo del sol otoñal.

También durante estas reuniones, tomando el sol, es cuando se hablaba y se comentaba de todos los temas habidos y por haber, humanos y divinos, y sobre todo y muy particular e intensamente, era la hora de hablar de cuentos, leyendas, sucedidos, y cosas extraordinarias y poco conocidas normalmente y poco corrientes. Tampoco era raro el que alguno de los reunidos sacara a relucir sus dotes artísticas tocando la guitarra o la bandurria; entonando una jota o algún son popular, o recitando poesías y versos de romances y otras composiciones de autores conocidos o también compuestas por él mismo. En todo este costumbrismo eran, como ya lo hemos dicho, componente importantísimo o acaso desencadenante del mismo, los mencionados poyos y su entorno.

Todos estos poyos de que estamos hablando tenían una altura de cincuenta a sesenta centímetros, más o menos, y además de estar construidos unos macizamente, también los había que debajo del asiento propiamente dicho tenían uno o dos espacios. Otros estaban construidos con una sola piedra, más o menos grande y alargada, labrada o sin labrar, que así mismo podía descansar directamente sobre el suelo, cuando su altura era la adecuada o sobre soportes también de piedra, que dejaban los consabidos huecos debajo del asiento pétreo. Igualmente, los poyos interiores también estaban hechos a veces de una sola piedra, o de grandes troncos de roble o carrascas como los del Bodegón, labradas o sin labra. Había otros poyos (más altos que los que servían, además de para otras cosas, principalmente para sentarse las personas), que medían entre un metro diez y un metro veinte, aproximadamente, según la altura de la puerta del pajar a que servían, y que se utilizaban para facilitar la descarga en esas puertas de pajar, de las pajas de trigo y cebada, y de la esparceta, que se acarreaban desde la era las primeras y desde las piezas de labor las segundas, bien en carro o en caballerías. También estos poyos de pajares estaban todos ellos construidos de mampuesto y cal o yeso, y en todos y cada uno de los pajares del pueblo, que eran tantos o más que viviendas, había uno. Después de hacer la labor de descarga, estos poyos servían de trampolín para facilitar la subida de las personas encima de las caballeras para hacer un nuevo viaje de acarreo de forraje.

Los huecos de los poyos antes dichos servían para meter en ellos pequeños aperos u otros utensilios, que no necesitaban ser guardados expresamente, pero que sí era preciso que estuvieran siempre a la mano para usarlos en cualquier momento que se necesitasen, para cualquier faena de labranza, pues era en la misma puerta de la casa del labrador, es decir frente a los poyos, en donde se uncía la yunta de machos, y en ella se cargaban los implementos y aperos necesarios pasa la labor que en ese día preciso, se fuera a realizar. Sembrar, alzar, tablear, binar, terciar, etc. y era muy frecuente que alguna de las cosas que se guardaba en esos huecos fuera necesaria en ese momento, o en el preciso de echar a andar para la pieza. Estos archiperris podían ser de madera, tales como orejeras, pescuños, falcas, costillas, etc. o de hierro, rejas, barrones, planchas, belortas, herraduras, etc. Todos ellos eran aperos ya utilizados, a más que medio uso, pero para cubrir una emergencia servían y estaban enteramente a la mano en cualquier momento. También servían los poyos de la puerta de la casa para dejar las talegas conteniendo la simiente, que el labrador hubiera de emplear en una jornada, y de esa manera facilitar su carga sobre el lomo de los machos o mulas. Igualmente servían de soporte para poder subir con más comodidad a las caballerías, tanto para los hombres como para las mujeres, pero principalmente para estas últimas, y a fe que de esa manera se usaba casi a diario, pues tanto para las faenas agrícolas como cuando había que hacer algún viaje, era necesario utilizar las caballerías.

Un componente omnipresente en todas las reuniones que las mujeres realizaban, en los poyos y su entorno, después de haber realizado sus trabajos de costura familiar, era el juego de las cartas denominado la "brisca", muy a propósito para la diversión de las señoras, ya que no prohíbe hablar y comunicarse entre compañeras, para jugar tal o cual carta favorable a los intereses de un determinado bando. El juego se desarrollaba entre seis jugadoras, colocadas alternativamente en torno a una mesita de la cocina, con una manta por tapete y que, como decimos, durante el desarrollo del mismo se hablaba, gritaba, comentaba, reía y renegaba, entre las participantes, sin ninguna limitación, y por ello era el preferido de todos los juegos. Mientras tanto, alrededor de las jugadoras, y a su amparo, revolucionaban los hijos pequeños de los matrimonios, así como los recién nacidos, jugando, llorando, pegándose y haciendo una y mil travesuras, que eran nuestras delicias, y digo nuestras porque en ellas participamos en nuestra niñez.

Además de ser escenario idóneo para que hombres y mujeres, entre los primeros fundamentalmente los abuelos ya en condiciones de no poder trabajar, para que ejercitasen sus trabajos de costura familiar y otros igualmente útiles para la economía familiar; para descansar física y psíquicamente del duro trabajo del labrador trebagueño; para gozar de intensos momentos lúdicos, para comentar los mil y un temas y noticias del ámbito pueblerino, de los pueblo vecinos y de la capital de Villa y Tierra, Ágreda, y de la provincia de Soria; para expresar las aptitudes artísticas de algunos, en la música, en el canto, en la poesía, de su cosecha propia o recitando trozos de viejos romances medievales referidos, cómo no, a pastores y ganadería, labradores, moros, princesas, etc.; y para la narración de leyendas, por cierto muy abundantes en Trébago; había momentos y ocasiones, en que el ámbito de los "poyos", y sus ocupantes, hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños, se dedicaban, bajo la batuta de un mentor familiar, que por lo regular era el abuelo y en su ausencia el padre de la familia a leer libros bien literarios o de contenidos muy serios y transcendentales, y al comentarlos después en el seno familiar y de amigos, se tocaban temas tan importantes como la moral, la ética, la transcendencia espiritual y anímica del hombre, la solidaridad familiar y con el prójimo, educación intelectual y moral, y muchos otros temas importantes, tal como comportamiento social, que al ser explicados por el improvisado, y no tan improvisado maestro, acaparaban la atención de grandes y pequeños, y de cuyas reuniones se salía profundamente reconfortado. Claro, también se hablaba de los trabajos de los labradores y sus penalidades, pero necesarios para el sobrevivir de la familia. Estos ámbitos de los poyos se convertían en un aula de alta escuela de educación integral.

Tuvimos nosotros con nuestros padres y abuelos una muy grata experiencia de este tipo, que proseguía, después, alrededor de la lumbre del hogar familiar, en las largas veladas invernales, reunida toda la familia, bisabuelos, abuelos, padres e hijos, a la luz de los útiles candiles de aceite. Por supuesto, también se enseñaba a leer y escribir, si por desgracia algún miembro de la familia, ya en edad madura, no había tenido oportunidad de aprender a su debido tiempo. Eran estas reuniones celebradas en torno a los poyos exteriores de las viviendas, y continuadas en los interiores de las cocinas, verdaderas aulas del saber y la enseñanza popular, que sin tener solera académica alguna, cumplían perfectamente su misión de educar e instruir a los habitantes del pueblo, complementando la instrucción del maestro de escuela. Pero donde obtenían mayor fruto era en el aspecto ético, moral y espiritual, formando personas con criterios muy precisos y hondos en estos renglones, y que después les darían una sólida base de actuación social, en cualquier medio en el que fueran a desarrollar su trabajo y actividades, muchas veces, demasiadas, tomando el camino de la emigración a América (Argentina, Perú, Brasil, Bolivia, Chile, México). Nosotros hemos tenido experiencia personal en todas las facetas del desarrollo de la vida pueblerina que estamos comentando.

Estos poyos familiares, aparte de todos los usos o funciones que de ellos y a causa de ellos, y alrededor de ellos, realizaban los habitantes trebagueños, y que ya hemos reseñado, también eran marco frecuente y acogedor para los encuentros, largos y sin prisas, que a su amparo realizaban las parejas de novios, ya comprometidos y autorizadas sus relaciones, con vista a un futuro matrimonio, por los respectivos padres de los enamorados de turno. Efectivamente, una vez formalizadas las relaciones de noviazgo, era la costumbre, de que el futuro marido, yerno, cuñado, etc., el novio en definitiva, fuera a casa de los padres de la novia a festejar, en horas de la noche, después de haber cenado. Estos festejos en invierno, había que hacerlos, por razones del frío invernal, en las cocinas, con una buena lumbre en el fogón, y con el acompañamiento de la mayor parte de los familiares de la novia, presididos por los padres cuando todavía vivían.

Era costumbre que en verano, otoño, y acaso en los finales de una cálida primavera, dos novios, por razones obvias, y buscando la soledad entre ellos dos y sin testigos de vista, salieran en el frescor de las primera horas de la noche, o en la calidez de le noche otoñal, a sentarse en el poyo correspondiente a la puerta de la casa paterna, normalmente después de haber dado un paseo por los alrededores del pueblo y sus calles.

Acomodados en el poyo correspondiente, la pareja de novios desgranaba el transcurrir del tiempo, hablando seguramente de su futuro, sus proyectos, sus ilusiones y, cómo no, cambiando caricias amorosas entre conversación y conversación, aprovechando la soledad que tácitamente les dejaba disfrutar la familia entera, renunciando, sus miembros, a ocupar un lugar de solaz en el poyo, para que los novios pudieran contarse sus cuitas e inquietudes. En verdad, que si estos poyos pudieran hablarnos, nos contarían infinitas historias, en el devenir de las múltiples generaciones que los fueron ocupando, de amores, sueños, proyectos, ilusiones, unas veces realizadas al pleno, pero otras veces truncadas por los avatares que la vida tenía preparados para esas parejas de novios que se amaban y que vieron cómo sus sueños se derrumbaban incapaces de evitarlo. Además, por ésta y otras razones que hemos explicado en las costumbres con respecto a los poyos, éstos rezumaban querencia e inclinaciones sentimentales, hacia ellos y su entorno, por las familias que los usaban. Tenían cierto aire mágico, tradicional, pues ellos y su zona de influencia, digámoslo así, estaban impregnados, y a la vez irradiaban efluvios de paz y sosiego, por haber sido escenario y testigos de muchos más momentos de felicidad, que de infelicidad, sinsabores y malos ratos. Es decir, eran lugares en donde las generaciones de familias, acaso de siglos, ya que cada familia no cambiaba generalmente de casa habitación, sino que continuaba la propiedad del inmueble, dentro del seno del apellido familiar por largos tiempos, iban depositando sus sentimientos de dicha, y buenas virtudes, es decir, de amor y bien, en vez de maldad y odios, correspondientes con los momentos de dicha, y paz Í transcurridos en los poyos, y de ahí su irradiación de ese bienestar todavía latente y perfectamente acusado por los miembros de la familia, cuando aún hoy, 1981, se sienta uno en esos poyos, (algunos de los pocos que quedan) en una plácida noche de verano, y da un poco de rienda suelta a la creación imaginativa de nuestra mente. Es un gozo de primer orden el poder disfrutar momentos así, que los saboreamos en cada escapada que podemos hacer a nuestro pueblo natal Trébago, y en la casa de nuestros ancestros.

En el plano del casco urbano que adjuntamos, hemos marcado con una línea la ubicación de casi todos o todos los poyos del pueblo. Dentro de ellos había unos cuantos, que hemos marcado con números romanos del I al XIV, que por una u otra razón eran famosos y más conocidos y concurridos por el vecindario. Eran éstos:

I.- Poyo de la Fragua publica, tal vez el más clásico de todos ellos, y del cual ya hemos hecho una semblanza de su vida activa. Ha desaparecido completamente.

II.- Poyo del Juego de pelota, también importante por la largura pero más porque desde él presenciaba la numerosa concurrencia los partidos casi diarios de frontón a mano en el tiempo bueno. El juego rey era el de pelota, pero también se hacían partidos de "pelotón", una especie de tenis primitivo autóctono, que se jugaba en la misma cancha del juego de pelota, y cuyas normas explicamos en otro lugar. También se disfrutaba de los juegos de la barra, la calva, etc. entre los hombres, y del juego solera de las mujeres, los bolos. La gente se divertía de lo lindo, hacía comentarios muy animados de sus incidencias, sentados cómodamente en el poyo, y todos ellos, sin excepción, eran juegos-deportes locales y muy arraigados que suscitaban tanto o más animosos comentarios de los espectadores, que los que se hacían durante los partidos de pelota.

III.- Poyo del Portillo Moral. Tal vez importante porque estaba situado en uno de los lugares más abrigados y soleados del pueblo.

IV.- Poyo de la Piedra del Pernal. Debe su importancia a que estaba construido por una piedra sola, caliza, de color amarillo, y en cuanto a su nombre del jornal, es muy posible que se debiera a que sobre él se contratasen los jornaleros para hacer labores agrícolas.

V.- Poyo de la Plaza. Importante porque también era bastante abrigado, y porque desde él se presenciaban los bailes públicos que en el buen tiempo se celebraban en la plaza mayor.

VI.- Poyo de la Puerta Verde. Importante también por estar abrigado del cierzo y del gallego, y por pertenecer a una casa grande, con jardín, propiedad de un hijo del pueblo emigrado a la Argentina en donde consiguió reunir una considerable fortuna. A su casa se le llamaba Casa del Jardín.

VII.- Poyo del Zapatero. Éste tenía paretón, que le protegía del cierzo, y que debe su nombre a que el propietario de la casa en que estaba construido era un zapatero, con grandes dotes artesanales en su oficio de zapatería.

VIII.- Poyo del Trinquete. Por estar en la plaza del mismo nombre.

IX.- Poyo del Bodegón. Ya hemos hablado de él ampliamente.

X.- Poyo del Horno. También lo hemos mencionado, y estaba sobre la pared del Horno comunal del pueblo, situado en lugar bastante abrigo, y muy concurrido.

XI.- Poyo del Herrero. Interesante por estar bien situado y por estar hecho de una sola piedra caliza, de más de tres metros de larga, por sesenta de ancha y treinta de grueso. Además está tallada, y es muy posible, según pensamos nosotros, que formara parte, en época prehistórica, en el período celtíbero o en la época romana, de algún cargadero de una puerta de las murallas que en aquellos tiempo tuvo el pueblo.

XII.- Poyo de la Nevera. Construido no hace mucho por nuestro hermano José Lázaro, en una época en que ya han desaparecido casi todos. Fue construido para usarlo durante el verano, ya que está orientado hacia el norte, y solamente durante los grandes calores del verano es cuando se usa abundantemente. Tiene además una bella vista sobre la vega de campos cultivados.

XIII.- Poyo del Portigao o Pórtico de la Iglesia. Ya hemos hablado algo de él, y además diremos que este poyo del Portigao, así como el mismo recinto en donde está, sirvió durante generaciones para que en un principio, cuando había una iglesia románica, fuera el centro de reunión de los vecinos cuando eran citados a Concejo, para que tomaran sus decisiones con vistas al gobierno de la comunidad y, posteriormente, para que la chiquillería realizara sus juegos cuando el tiempo era malo y llovía.

XIV.- Poyo de la bisabuela Lorenza. Este poyo nos trae recuerdos afectivos, pues era propiedad de nuestros bisabuelos maternos D. Víctor Lázaro y Doña Lorenza Cascante. Solamente conocimos a esta última, y recordamos perfectamente las innumerables veces que la simpática y aguda bisabuela Lorenza, muy querida por nosotros, se sentaba en sus poyos, y se pasaba largas y tranquilas horas enteramente felices. Otra particularidad de este poyo era que fueron dos, formados por dos grandes piedras calizas de intenso color azul, sin labrar, pero eso sí, con una cara plana colocada hacia arriba, para que sirviera de un buen asiento, decimos uno, porque cada una de las piedras solamente servía para que se sentara una persona cómodamente.

XV.- Nos queda por reseñar, por último, este marcado con el número XV, que también nos trae abundantes recuerdos afectivos y muy gratos. Este poyo ha sido de reciente creación, no más de una cuarentena de años, y fue precisamente nuestro hermano José el creador del mismo. Su primera creación estuvo compuesta de un par de maderas y cargaderos, todos ellos de roble labrado, y que procedían del derrumbe de la entrañable casa de nuestros bisabuelos Víctor y Lorenza. Nuestro hermano José, tanto como para conservar un tiempo más estas reliquias de la casa de los bisabuelos, como de hacer un cómodo asiento para los ancianos, colocó estas maderas y cargaderos en este lugar, y a fe que tuvo un éxito grandioso desde el mismo momento de su construcción, pues fue centro de reunión de todos los habitantes del pueblo, en sustitución del antiguo poyo de la fragua, con toda su intensa carga de vida social trebagueña, durante cientos de años, como ya hemos explicado más arriba. En este poyo fue en donde nuestro padre Nicolás, en el curso de su larga y penosa enfermedad de Parkinson pasó placenteramente en compañía de otros vecinos sus últimos días de vida. Actualmente, estas maderas y cargaderos las ha sustituido nuestro hermano José por un poyo bien construido de piedras labradas y cemento, amplio y más cómodo que e1 anterior. Ha aprovechado, para esta construcción, las grandes piedras labradas que en su día formaron parte del abrevadero de la fuente del Lugar para las caballerías, y las que formaban el lavadero público. Las dos obras que, después de servir cientos de años a las necesidades de los vecinos, una vez acabado su ciclo útil, fueron desmanteladas y aprovechados sus solares para otros menesteres. Nuestro hermano, con objeto de que no se perdieran definitivamente estas piedras labradas, verdaderas reliquias del acontecer trebagueño, testigos de tantas y tantas situaciones de todo tipo en el devenir de la vida de cada uno de los habitantes, y de sus aconteceres sociales y tradicionales, las empleó, decimos, en la construcción de este poyo número XV, que Dios mediante y dada la buena calidad de los materiales empleados en su construcción, perdurará luengo tiempo, aunque desde luego, y dada la escasez de la población trebagueña, no tendrá, ya no la tiene, la concurrencia masiva que tuvo en generaciones anteriores a la nuestra, y a la nuestra propia.

Verdaderamente, es un poco triste ver cómo, a través de los entes materiales, no ya por la desaparición de las personas, va languideciendo la vida trebagueña, hasta que algún día, que deseamos ojalá no llegue nunca, se convierta Trébago en uno de los tantos y tantos pueblos abandonados que hay diseminados por la geografía soriana. No lo negamos, nos embarga una profunda tristeza, al pensar que los vestigios materiales de tantas ilusiones, anhelos, proyectos, alegrías y sufrimientos de las generaciones de trebagueños que pasaron por este querido solar, desaparecerán algún día. Repetimos, ojalá que esto no suceda nunca.

Trébago(Soria), diciembre de 1981
José y Santiago Lázaro Carrascosa.



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