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Vivencias y recuerdos en Trévago de 1925 a 1937 (IV) (...continuación)



por Julián Romera Gómez


Es evidente que el paso de los años te va dando madurez, pero, al mismo tiempo, es origen de la nostalgia de los grandes momentos vividos en la infancia.

Envejecer no es fácil, desde luego. Vas perdiendo amigos, padres, pelo, dientes, dioptrías, resuellos, facultades mentales; se va empobreciendo el grosor de los huesos y de la esperanza, y, sobre todo, el futuro se achica estrepitosamente. En fin, casi se puede decir que, el mundo muestro es ya casi de despedida. La vejez es la etapa heroica de la vida. Hacerse mayores no es para personas blandengues. Sin duda hay toda una épica en la ancianidad, en mantenerse vivo, entero, alegre, dispuesto a admitir las novedades y cambios.

Llegados a cierta edad, podemos y debemos hacer de muestra vida algo hermoso. La imaginación de mi niñez creó un mundo de fantasía, aumentado después de la lectura de los libros clásicos del momento, que nos creo una desmesurada fantasía en aquellos años de la niñez. Así, cuando las circunstancias eran favorables y se creaba en el salón-comedor de la gran casona el ambiente adecuado de tranquilidad y, a veces, el ajetreo propio de las tertulias y reuniones familiares, que en aquellos momentos llegábamos a reunirnos hasta doce o catorce comensales y, yo muchas me cogía a mi yo niño y, juntos nos aislábamos recordando y disfrutando con la visualización de aquellos momentos. Por todo ello, cuando lo recuerdo me siento atraído por la fuerza que transmite el recordar todos aquellos momentos que te llevan a la la época de el yo niño, pero con la madurez del adulto. Por todo esto y, teniendo en cuenta que, todos estos recuerdos han sido gratificantes, es por lo que voy a intentar relatarlos, con más o menos acierto, pero orientados con la finalidad de ver si pueden ser del agrado de los lectores de la Revista y de mis coetáneos.
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Trévago, por su emplazamiento, cuenta con diversos y muy vistosos lugares panorámicos, todos ellos muy aptos para el recreo y expansión de sus moradores. Muchas eran las excursiones que se hacían a ellos en pro del disfrute campestre. De aquí, que citar algunos de ellos bien merece la pena, cono son La fuente de Valmayor, la de Marta o de la Mata, la de La Teja, la del Sapo, la del Cochino, la del Juncar, la de los Frailes, etc., todas ellas son manantiales que están al pie de la falda de la Sierra del Madero y, sus aguas van formando riachuelos más o menos abundantes en su caudal, dependiendo de la época del año y de la cantidad de lluvias habidas, yendo todas sus aguas a incrementar el caudal del Río Manzano por su margen derecha. A todos estos lugares debemos añadir el pasillo de la Ermita próximo a la preciosa pradera de la Ermita y, cómo no, las proximidades de la Dehesa con sus grandes peñascos y abundancia de conejos y gazapos. Todos estos lugares eran, y supongo que seguirán siendo, los preferidos para disfrutar del evento más refinado, como suelen ser las grandes comilonas, meriendas, chocolatadas, etc., etc., que, tanto la chiquillería del pueblo como los grupos de personas mayores, acostumbrábamos a frecuentar.

Muchos de éstos son los lugares a los que íbamos los chicos, casi siempre acompañando a las chicas afines en edad a nuestro grupo de amigos. Íbamos una y otra vez en plan de pasarlo lo mejor posible en grupo, ya fuera bailoteando, cantando y degustando las meriendas y ricas chocolatadas. De todos los lugares enumerados, teníamos preferencia por la Fuente de Valmayor, frecuentada no solo por nosotros sino por muy diversos excursionistas foráneos que, tomábamos como lugar de acampada por ser un lugar que tiene la particularidad de que sus aguas son frías o muy frescas en verano y templadas en invierno, así cono por el esmero que el municipio ponía en el mantenimiento y la limpieza del lugar.

Igualmente, la pradera de la Ermita era otro de los lugares preferido pues no dejaba nada que desear y, cono ya me he referido y comentado extensamente al hablar de las fiestas principales del lugar que se celebran con motivo de sus Santos Patrones. A esta pradera solíamos ir siempre formando un buen grupo de chicos y chicas pertrechados con los correspondientes bocadillos y dulces de los que hacíamos buen aprecio degustándolos entre chistes y cantos más o menos afinados. Antes de regresar al pueblo, siempre nos acercábamos a la parte trasera de la Ermita para hacer alguna oración o promesa a los patrones del lugar. Lo hacíamos aprovechando la particularidad que tiene el ventanuco que hay en la parte oeste y posterior de la edificación y, justamente en el centro de la única nave del templo, frente al retablo del Altar Mayor. La particularidad o novedad del ventanuco consiste en que, la hoja de madera de la ventana es semigiratoria y se puede abrir desde el exterior desde donde se puede ver y observar toda la nave y retablo hasta el fondo de la parte opuesta al ventanuco. Lo novedoso, pero no anecdótico, es que el giro de la ventana es de abajo hacia arriba ya que las bisagras o goznes estás colocados en la parte trasversal superior, y al no tener pestillo interior para fijarla, es por lo que desde fuera se puede empujar con el brazo y la mano la ventana haciéndola girar de abajo-arriba, y se cierra sola al retirar la mano y el brazo. En la última visita que hice a esta pradera no pude resistirme a la tentación de asomarme por ese ventanuco para ver el interior de la nave a través del ventanuco citado, si bien tuve que retirar una rama de zarza que había crecido muy próxima al ventanuco, para que las espinas de este arbusto no lastimaran mi mano o mi brazo.

Otra curiosidad del ventanuco se centra en los siguientes pasajes: Hay viajeros y peregrinos que, por razones de trabajo o por devoción, pasan o tienen que pasar por las inmediaciones de la Ermita, hacen alto frente al ventanuco, alzan la hoja y desgranan en silencio sus oraciones para acto seguido suplicar: "Virgen del Río Manzano, / no nos azuces los perros / que somos muy pequeñitos / y tenemos mucho miedo". O bien este otro: "San Joaquín y Santa Ana / abrirnos la puerta, / que volveremos mañana".

Las peticiones, quede claro, se hacían en ocasión de estar en la Ermita las respectivas imágenes a quienes se les invocaba. Aparte de las excursiones citadas, había otras que más bien podemos considerarlas como verdaderos paseos. Éstas tenían lugar en las tardes de verano, cuando ya habían cedido los fuertes calores bochornosos, momentos que aprovechábamos para salir, siempre acompañados, unas veces por mis Padres y otras por el Sr. Maestro y sus hijos. Casi siempre salíamos en dirección a la Dehesa, y permaneciendo quietos y en silencio podíamos contemplar la salida de sus cados de un buen número de conejos y gazapos que correteaban por toda la ladera más o menos verdosa. Estos paseos al final se convertían en clases o aulas en pleno campo, ya que nuestros mayores aprovechaban para explicarnos cualquier cosa que pudiera tener cierta curiosidad o fenómeno de la naturaleza, bien fueran plantas, flores, animales, rocas, etc., y ya de vuelta, cuando se había hecho de noche, contemplábamos las maravillas del cielo y, se nos explicaba sobre la forma de orientarnos buscando las osas, mayor y menor, y localizando la estrella Polar y alguna que otra constelación.

Nosotros, los pequeños de la "gran casona" teníamos gran afición y empeño en la captura de aves menores, siguiendo el procedimiento de atraparlos con liga, poniendo las trampas en las orillas de manantiales, regueros o charcos, lugares a donde acuden los pájaros a beber agua. Y, a decir verdad, que esto no se nos daba mal. En algunas ocasiones solía quedar atrapado algún arrendajo, ave que creo que imita el canto de otras especies, pero... ¡válgame Dios!... como son pájaros tan escandalosos, al quedar sin escapatoria posible de los juncos enligados, por la algarabía que armaban, si no son desprendidos pronto de "ese cepo", no hay ave alguna que se acerque a beber, con lo que se acababa la cacería. También había otro método del empleo de la liga tendiendo "enrejados o trampas cebo" en las rastrojeras o al pie de grandes arboledas de chopos, siempre abundantes en gorriones. El señuelo o reclamo de estos enrejados eran crías de pájaro, las que, sintiendo hambre, pedían su ración de alimento "piando" y, al ser asistidos por sus mayores quedaban atrapados, cumpliéndose con satisfacción nuestras ilusiones, malignas tal vez, pero...

Algunas veces, en estas cacerías éramos acompañados por los hermanos Federico y Florentino, que vivían frente a nosotros en la Calle Ancha.

A propósito de la liga, recuerdo que a alguien se le ocurrió decir a mi hermano Venancio que la liga se obtiene de los acebos, arbusto que se da bien en la Sierra del Madero, en la parte correspondiente al municipio de Suellacabras. Le dijeron que sólo era preciso conseguir la corteza, ponerla unos días en una corriente de agua y... ¡ya está la liga lista! Venancio y Basilio, un buen amigo y compañero de mi hermano, hicieron una escapadita, en bicicleta, hasta el bosque de acebos y, con permiso de la autoridad, consiguieron la corteza y regresaron contentos a Trévago; siguieron las instrucciones de "ese alguien", y..., pues nada. No se operó el cambio, por lo que si querían liga habría que seguir comprándola. Broma o no, el paseo creo les resultó muy grato y al mismo tiempo disfrutaron haciendo el recorrido entre una frondosa vegetación y el aroma de los tomillos, aulagas, estepas, etc., que crece y adorna el camino hasta la saciedad.

No mencionar el nogal (noguera o nocedo como muchos se aprestan a llamarlo) que levantaba su enorme y desarrollada corpulencia entre las orillas de la balsa por un lado y, el cauce del río Manzano por otro; ningunearlo sería una omisión imperdonable. ¿Por qué?. ¡Si tu supieras!... Este viejo árbol, por su muy largo tiempo de existencia, aunque no lo creas, por sus muchos años tiene su "historia" que, estoicamente ha preservado, creciéndose a los castigos recibidos y, si no, sígueme en lo que voy a decirte: Resulta que, apedrear al máximo su frondoso ramaje cuajado de follaje y frutos, para hacer que éstos caigan al suelo, aun estando la nuez en estado inmaduro (lechoso), es cosa que se hacía cada día, faena en la que tomábamos parte todos los muchachos del pueblo y, otros no tan pequeños ya que, si me apuras la cosa, diría que lo hacían hasta los mayores y muy mayores.

Obtener el fruto caído al suelo, recogerlo y, subrepticiamente, hacerlo desaparecer, no reportaba otra cosa que ver satisfechos nuestros impulsos temerarios, reprochables* e improductivos. Temerarios porque iban en contra de los ordenamientos municipales que prohibían tal acción; reprochables porque se incurría en falta merecedora de castigo; e improductivos porque no reportaba bien alguno y, sí se lesionaba lo que era comunal, de todos. Había un guarda al servicio del Ayuntamiento y de la vecindad que tenía a su cargo, entre otras muchas ocupaciones, la de vigilar el nogal; pero..., los depredadores sabían muy bien "guardarle la vuelta", o sea, esquivarlo...; aunque, a veces, bien fuera por "chivatazo" o "soplo", había que emprender rápida y graciosa huida, para ocultar las nueces sustraídas. Tratar de quitarles la envoltura externa, todavía verde, equivalía a pringarse las yemas de los dedos, e incluso la palma de la mano, de un colorante más subido que la tintura de yodo, que se adhería a la piel, lo que podía tomarse cono "prueba delatora". Mas, volviendo al pero, que nunca falta..., el guarda, por ese detalle de las manos y otros, como el caso de la "pesca infraganti" de los verdugos del nogal, ¿a quién, en buena justicia, se podría culpar, siendo que todos, o casi todos, pequeños, mozalbetes y hasta los más mayores estarían involucrados en tal fechoría? Señalar un solo reo por el castigo al nogal y el robo de su cosecha, sería proceder con parcialidad y, hacerlo sobre la generalidad de los infractores equivaldría a ser tantos, o casi todos, a no querer dar la forma de enjuiciarlos; en caso contrario, ¿qué sucedería? Pues, ahí está la dificultad y el detalle ¡a todos o a ninguno! Un buen caso para un buen espía o un buen sabueso.

Si ocasionalmente un año cualquiera no se "laceraba" el gran nogal y se respetaban sus frutos, la comuna-Ayuntamiento se encargaba de nombrar un vareador que, auxiliado por sus familiares u otras personas requeridas, para que botaran las nueces ya en sazón y madurez requeridas, las recogían del suelo y del agua, ya que por la extensión de las ranas del nogal se cubría un radio de acción que abarcaba todo el cauce del río y parte de la balsa sobre la que caían las nueces. Una vez hecha la recolección total de los frutos secos, entregaban las nueces a la Alcaldía y, los ediles procedían al reparto equitativo entre los vecinos, haciendo la medida como se hacía para los áridos, por lo que, el reparto se hacía de acuerdo con la cantidad de nueces cosechada: un celemín, dos celemines, etc. El reparto de las nueces era ocasión, por supuesto, para que se celebrara rumbosamente.

Además de este nogal, había otros en el pueblo que estaban dentro de propiedades particulares: tales son, entre los que recuerdo, el que había en el jardín que está al comienzo de la calle Ancha, junto a la "puerta verde", con gran parte de su ramaje cubriendo parte de la calle. Había, también algún otro nogal en la huerta del "Tío Purrío" al final de la calle principal. No sé si se podrán citar alguno más ya que, tras el apedreo del gran nogal, las nueces recogidas precipitadamente las escondíamos enterrándolas en algún huerto y, quién sabe si de esas nueces escondidas salió algún otro nogal.

Y, a propósito de lo antes mencionado, y a ello se refiere: las huertas y los productos frutícolas, a mis recuerdos aflora lo ameno y chusco a cargo del buen amigo y compañero de correrías de infancia de mi hermano Venancio, y que respondía al nombre de Benito, hijo del Sr. Antolín, anécdota que procuro reflejar según ni memoria, pues yo era, algunas veces, acompañante de los protagonistas. En una de estas visitas (en compañía de varios) que se hizo a la huera de uno de sus parientes consanguíneos, en 1ª que textualmente dijo:

"¡tozones, tozones! Tantas cain y tan goldas..., y todas al güelto de mi tía Daimunda". Tengo que hacer la aclaración de que este huerto limitaba con la huerta de los "Madrileños" y que, sobre la pared medianera, levantada en estuco y erizada de alambre con púas, pasaban infinidad de ramas cargadas de fruto y que, por su pasada madurez o con el fuerte viento, se desprendían del ramaje cayendo entre los surcos del huerto de su Tía Raimunda. De ahí la expresión citada, y que Benito dijera que, traducida al buen castellano, y tal como la entendimos, sería: "¡Cojones, cojones! Cuántas caen y qué gordas... y todas en el huerto de mi tía Raimunda". Pero, si suena mal el original, lo podemos dejar conforme al buen castellano.

Mis coetáneos y contemporáneos, grupo de amigos y compañeros, a citar, entre otros, son: José Lázaro, Gregorio Córdoba, Aquilino Martínez, Fortunato, Venancio, Benito, Cecilio, los dos Sebastián (Ruiz y Gonzalo Atance), Higinio Delgado, Marcelo, Felipe (el hojalatero), Florentino y yo, además de algún otro que no recuerdo su nombre. En acontecimientos a celebrar, fueran de la clase que fueran, ahí nos aparecíamos. En discusiones entre nosotros y otros grupos de otras edades, sabíamos cerrar filas y defendernos o, si el dominio del adversario era superior a nosotros procurábamos huir como podíamos. Esto ocurría con la larga lista de los coetáneos de mi hermano Venancio, formada por él, Segundo, Basilio, Félix, Benito, los dos Santiago, Isidro, Tomás, Benigno y Rafael Delgado con alguno más que no recuerdo. Todo venía a ser cosa de chavales en rivalidad por ser los primeros en disponer del frontón y llevar a cabo nuestros juegos, que siempre queríamos hacerlo en la parte Norte, donde el piso era de cemento, además de otras ventajas que no tenía la cara Sur, donde el suelo era de tierra apisonada y la pared estaba bastante descuidada por falta de mantenimiento. Algunos signos perecederos de estas animosidades u otras travesuras, bien que alguien las llevó como recuerdo, pues digno de mencionar es aquella, al parecer, simpleza de querer mover un trillo de discos cortantes sin poner precaución alguna, tirando de la parte delantera y, al resbalar y caer al suelo, uno de los discos cortó la alpargata, el calcetín y, llegó al talón de un pié de mi hermano Venancio, lesionándolo, mas como no se podía ocultar la lesión en la "gran casona", tras la cura respectiva, llegó la reprimenda consabida. Otros golpes de peleas recibidos o dados mañosamente se ocultaban y pasaban desapercibidos para los demás.

Otros momentos alegres para los mozos y personas mayores en días festivos eran los bailes y saraos que tenían lugar en locales cerrados, ya fueran locales propiedad del Ayuntamiento, como es el caso del horno municipal y el gran salón para amasar, cuyo servicio lo cedía en arriendo para celebrar fiestas que eran amenizadas por el gaitero del pueblo (Sr. Paulino?). Cuando faltaba éste, la música o ruido lo hacían los mozos del lugar con tocadiscos o guitarras y laúdes. Los que se celebraban al aire libre, eran amenizados por instrumentos de cuerda, o, si bien venia, se concertaba el ajuste de orquestadores de aire y tambor, previo pago de lo convenido. También mediante cotización del pago de entrada, se hacían fiestas para bailar en el salón particular del Sr. Félix Carrascosa, situado allá al final de la calle principal y, que nosotros, por nuestra corta edad, teníamos que limitarnos a mirar a hurtadillas a través de ventanas o puertas, si alguien no nos lo impedía, para ver el ambiente que había dentro e interpretarlo conforme a los alcances de nuestra corta edad. En las fiestas patronales o de gran guardar, se procedía a contratar alguna orquesta o charanga foránea que se encargaría de ejecutar piezas bailables, así cono alguna partitura y piezas religiosas en misas y procesiones. Todo esto era propio de los días de largos manteles, generalizando a toda la vecindad. Nunca faltaban las dianas y pasacalles a primera hora en las grandes festividades que, ya han sido mencionadas en anterior ocasión en esta misma Revista.

Recuerdo, como dato anecdótico, que, el año que finalizó la penosa Guerra Civil Española, con motivo de la fiesta principal de Septiembre comenzaron siendo amenizadas por el Sr. Paulino lanzando las finas notas musicales el primer día de fiesta. Pero, hubo alguien que creyó que aquellos momentos requerían algo más sonoro, por lo que, ya en plenas fiestas, se contrató una orquestina sin contar con el Sr. Paulino y, haciendo éste valer su temperamento y cualidades, puso todo su empeño y con toda la fuerza de sus pulmones hizo sonar su última pieza de fiestas con tal fuerza y sonoridad que no desmereció nada frente a los sones de la orquestina, causando la admiración y aplausos de todos los allí reunidos con motivo de las fiestas, tanto si eran del pueblo como los forasteros.

Aquí podría relatar las travesuras de chavales que tuvieron lugar por aquellos años, como son la de las ranas, la del pito de la diligencia, etc., que lo dejo para otra ocasión.

Cuando yo era niño, se producían apagones de luz con suma frecuencia. Esa expresión que decía "se ha ido la luz", indicaba por sí misma lo azaroso y la precariedad del suministro eléctrico, así como la calidad antojadiza y arbitraria del fluido eléctrico, así como la instalación de los cables, tanto dentro de las casas como en las calles. La iluminación se producía automáticamente al girar la palanca de aquellos conmutadores o llaves de porcelana blanca de las paredes o apretando el botón de aquellas famosas perillas que colgaban de los cabeceros de la cama. La luz se iba y volvía de modo impredecible y, entre tanto, para seguir con lo que estábamos haciendo se recurría a encender las velas de cera en su palmatoria, o el candil provisto de aceite, o el quinqué con su bombona de cristal alimentado por petróleo, o el carburo con un mineral que desprendía gas al ponerlo en contacto con agua o, algún otro artilugio que en este momento ya no recuerdo. La luz venía luego tan inopinadamente cono se había ido, ya al cabo de algunos minutos o de una o varias horas y ya no había necesidad de llamar a nadie para poner remedio a la avería, ni tener que rezar la oración propiciatoria a San Antonio para encontrar el objeto perdido o a Santa Bárbara para que la tormenta pasara de largo sin provocar desgracias...

Que la luz se fuera no llegaba a ser desgracia, calamidad o catástrofe porque, el único aparato que dejaba de funcionar era la radio, pues era lo único que había. No se conocía todavía la televisión, ni los frigoríficos o neveras, por lo que los alimentos se guardaban en alacenas oscuras o en armarios hechos con telas mosquiteras; las bebidas y frutas se refrescaban en cubos con agua fresca. Tampoco se conocían las lavadoras eléctricas ni los lavavajillas por lo que la ropa se lavaba en el pilón-lavadero junto a la fuente principal o en el río o en algún riachuelo, las cocinas de ahora funcionan con placas eléctri­cas o ya con placas de vitrocerámica, en tanto que en aquellos tiempos funcionaban quemando leña o, si eran de las conocidas como económicas, quemaban serrín o leña ya era un avance al no tener que agacharse en el hogar de la cocina.

Algunas veces, la luz se iba de golpe en toda la calle, en todo el barrio y, otras veces, se nos iba solamente a nosotros en la vivienda, por culpa de aquel percance técnico que se describía con una expresión alarmada, aunque misteriosa, diciendo que se habían "saltado o fundido los plomos". Para arreglarlos, alguien tenía que armarse de valor y, alumbrado por alguna vela o mechero, subir hasta aquel artefacto aterrador, el de los plomos que habían saltado, y, para conectarlo de nuevo hacía falta una notable dosis de coraje, porque siempre cabía la posibilidad de una electrocutación más o menos fuerte que podía ser tan mortal e instantánea como el rayo, por decirlo con un tanto de exageración.

Actualmente pensamos de nuevo en céntimos tras haberse efectuado el cambio de moneda, hecho al que nos hemos visto transportados a la imprecisa época de nuestra infancia al producirse el año 2002 cuando desapareció de la circulación la peseta desplazada por el euro de la Comunidad Europea, moneda ésta que nos ha devuelto por unos instantes, a escuchar la voz de nuestros mayores, y nos danos cuenta que pensar en céntimos nos conmueve, ya que nos lleva a recordar aquellos años de la infancia en que, en los días festivos, nuestros mayores nos entregaban o daban la propina que consistía en entregarnos alguna moneda de las que entonces circulaban, como eran las de uno y dos céntimos que eran de cobre y las conocíamos como perra chica y perra gorda por la efigie que tenían en una de sus caras semejante a la de los leones que hay delante de la fachada del Congreso de los Diputados en Madrid. Otras veces, como un gran premio, nos daban una moneda de 25 céntimos que eran de cuproníquel, que tenían un agujero en el centro de la moneda y, siembre, con la recomendación de que "no las perdiéramos ni las malgastáramos". Otras monedas que circulaban eran las de una peseta que era de plata, otra muy pequeña que era de 50 céntimos, y otras mayores como la de dos pesetas denominada el pesetón, y mayor que éstas era la de cinco pesetas más conocida como el duro.

Con esas propinas nos las arreglábamos para comprar alguna golosina, algún refresco o frutos secos (cacahuetes, etc.) que los saboreábamos después de comprarlos en una tienda que había junto a la plaza, propiedad del Sr. Donato y la Sra. Nicolasa, o en otra tienda que estaba a las afueras del pueblo, en la carretera, conocida con el nombre de casa Barrena y, últimamente, pusieron otra tienda en un lateral de la Casa de los Purríos, al frente de la que estaba un señor que se llamaba Agustín.

Continuará...

Nota de la Redacción
Las fotos de las monedas que aparecen en este artículo pertenecen a la colección de monedas de Félix Palomero Martínez, a quien agradecemos que nos las haya dejado amablemente para incorporarlas aquí.

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