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Leyendas de Trébago



por Santiago e Irene Lázaro

LEYENDA DE LA PIEDRA DEL ACEITE

Se cuenta que el milagro que dio origen a esta leyenda ocurrió durante la reconquista, época en la que, con bastante frecuencia, escaseaban los víveres y las materias primas esenciales para la vida.

La ermita de Trébago, donde se venera a la Virgen del Río Manzano, era atendida por un ermitaño, que cuidaba, entre otras cosas, de las lámparas de aceite que alumbraban permanentemente a la Virgen, desde la fundación de la ermita. Durante un período de especial penuria, la falta de provisiones fue tan grande, que no hubo aceite con el que mantener las lámparas encendidas. Los vecinos del pueblo suplicaron a la Virgen que remediara su precaria situación, pero, sobretodo, aunque ellos pasaran privaciones, que les permitiera obtener el aceite necesario para seguir alumbrando su casa-ermita.

Fueron tan sinceras y fervorosas las súplicas de los trebagueses, que la Virgen, dando muestras de su poder, hizo que en unas risqueras situadas a unos doscientos metros de la ermita, brotara milagrosamente un gran chorro de aceite. Asimismo, hizo saber al pueblo, por conducto del ermitaño, a quien se apareció en sueños, que ese aceite sólo manaría con la condición de que se usara, exclusivamente, para las lámparas que día y noche iluminaban su ermita.

El mandato de la Virgen fue cumplido durante muchos años, transmitiéndose de generación en generación la devoción por aquella fuente de aceite. Por mucho tiempo también, se sucedieron ermitaños que respetaron escrupulosamente las normas que les legaba la tradición.

Sin embargo un buen día, y ante al asombro de los habitantes del pueblo, el manantial apareció completamente seco. De momento, nadie supo explicarse el porqué de semejante suceso, hasta que, después de muchas averiguaciones, se supo que el santero había hecho mal uso de ese precioso aceite, y había dispuesto de cierta cantidad con el fin de lucrarse. Se dice que, una vez descubierto, el avergonzado ermitaño se retiró a uno de los conventos de las montañas vecinas, para hacer penitencia y expiar su culpa.
Actualmente, según señala la tradición, aún se ve el lugar preciso donde manaba el aceite, incluso con un poco de fantasía, algunos observadores descubren en la distinta coloración de la piedra, huellas del regacho de aceite.

En relación con esta leyenda, es curioso reseñar que en el n° 3 de la colección "Casos y Cosas de Soria", editada por la Asociación Cultural "Soria Edita", Esther Vallejo de Miguel relata la leyenda de "La Fuente del Aceite", de la ermita de la Virgen del Espino, situada en el paraje denominado el Casalón de la Virgen, término municipal de Oncala, Comunidad de Villa y Tierra de San Pedro Manrique. Esta leyenda es en todo igual a la de Trébago: la fuente de aceite manando de unas peñas para el alumbrado de la Virgen, que se seca por el mal uso que de ella hizo el santero (santera, en el caso de Oncala).

Es posible que, cuando Alfonso VII, El Emperador, ordenó la repoblación de la Comunidad de Villa y Tierra de Ágreda, con gentes procedentes de las Comunidades de Yangüas, San Pedro Manrique y Magaña, estas personas llevaran a sus nuevos asentamientos sus costumbres, leyendas y creencias en Santos y Vírgenes. De ahí la similitud de la leyenda, así como la de advocaciones de Vírgenes (Nuestra Señora de la Asunción y La Blanca), y de Santos (San Roque y San Sebastián, entre otros muchos), que se encuentran en todas las Comunidades de Villa y Tierra mencionadas.

También en Soria capital existe una leyenda similar que se ubica en la ermita de San Saturio, donde hay una cueva que sirvió de eremitorio al santo y a su discípulo San Prudencio.



Cueva de la Mora Encantada
LEYENDA DE LA MORA ENCANTADA

Esta leyenda se sitúa también en la época de la reconquista, cuando Trébago era una plaza fuerte de las más importantes, en la cadena de castillos musulmanes que defendían los pasos de la sierra del Madero.

Se cuenta que en una incursión a tierras cristianas emprendida por el comandante de las fuerzas musulmanas de Trébago, se produjo una batalla en la que los cristianos llevaron la peor parte, pereciendo en el encuentro gran parte de ellos y siendo los restantes hechos prisioneros y llevados a la fortaleza de Trébago.

Entre los prisioneros se encontraba el joven capitán de las fuerzas cristianas, quien inmediatamente fue encerrado en una lóbrega mazmorra, en espera de que se cumpliera la sentencia de muerte, a la que había sido condenado. El tiempo iba pasando monótona e inexorablemente, hasta que una noche la puerta del calabozo se abrió sigilosamente, dando paso a una mujer de gran belleza, que no era otra que la hija del alcaide de la fortaleza, quien apiadándose del infeliz cautivo y valiéndose de influencias y sobornos, había conseguido llegar hasta él. Desde aquella noche, le visitó diariamente consolándole y reconfortándole y resultó que, con el continuo trato, ambos se enamoraron apasionadamente. Al mismo tiempo la doncella, influenciada por su amado, poco a poco se fue convirtiendo a la fe de Cristo.

Por unos momentos olvidaron la realidad, soñando con su futura dicha, pero pronto comprendieron que, grandes e infranqueables obstáculos, se oponían a su amor. En efecto, ella era hija del alcaide moro, intolerante en sus creencias, que no aceptaría jamás su conversión al cristianismo ni la unión con un cautivo cristiano condenado a muerte. En tales circunstancias, lo único que les quedaba era intentar la fuga.

Con la ayuda de unos fieles servidores planearon la salida del castillo, franqueando sin dificultad las puertas y rastrillos, y cuando ya creían alcanzada la libertad, una patrulla de centinelas que vigilaba los fosos los descubrió, entablándose una desigual lucha entre los soldados y el cautivo, que defendía su amor y su vida. El caballero luchó desesperadamente pero finalmente fue vencido y muerto. La doncella fue conducida ante su padre, quien la interrogó acerca de todo lo ocurrido. Ella no desmintió nada de cuanto sentía por el cristiano ni de su conversión a la nueva fe, y aún instó al autor de sus días para que abrazara la fe cristiana. Enfurecido el moro por tales declaraciones y olvidando sus lazos paternales condenó a su hija a muerte.

Mientras esto ocurría, las fuerzas cristianas, rehechas de su anterior derrota, atacaron y ocuparon el castillo, tomando prisioneros a sus defensores. Enterados los conquistadores de la tragedia amorosa de la dama mora y de su conversión al cristianismo, la liberaron inmediatamente. Ella pidió clemencia para su padre prisionero y el alcaide fue enviado a tierras musulmanas con promesa de no hacer armas contra los cristianos, pero al llegar al campo de los suyos pagó con su vida la derrota y pérdida del castillo de Trébago.

Al enterarse la hija del trágico fin de su padre, se retiró del castillo a una cueva, cuyos vestigios aún se conservan, situada a un kilómetro de la villa, en el paraje llamado de las Piedras de la Dehesa, llevando, desde entonces, una vida de penitencia. La superstición de los habitantes del pueblo dio en llamarla "La Mora Encantada", ya que casi nunca se la veía de día, y sí, alguna vez de noche. Se dice, también, que sólo se alimentaba de las frutas de un hermoso manzano que estaba al otro lado del río.

Un día en que había cruzado el río para recoger manzanas, una tormenta inesperada impidió a la mora volver a su cueva y la puso en tal peligro de perecer que, asida con desesperación al tronco del manzano, imploró fervorosamente la protección divina. En ese preciso instante se le apareció la Virgen, haciendo que las tumultuosas aguas se aplacaran, para que la mora pudiera pasar sin ningún peligro hasta su cueva. Asimismo, la Virgen le encargó que, en memoria de su poder divino, y para testimonio de las generaciones venideras, edificara en las inmediaciones un templo o ermita en su honor.

Al enterarse los habitantes del pueblo de aquel milagro corrieron al lugar de los hechos y vieron con sorpresa, dibujada en la arena, la imagen de la Virgen salvadora, a la que desde entonces llamaron Nuestra Señora del Río Manzano, proclamándola patrona del lugar.

En cuanto a "La Mora Encantada", dicen que, en agradecimiento a su salvación, pasó la vida prodigando caridades a cuantos mendigos y caminantes pasaban por su pobre morada. Cuenta la leyenda que, cuando murió, los cantos de los ángeles dulcificaron su agonía y que mucho tiempo después de su muerte, en las altas horas de las noches apacibles, se oyen cánticos dulces y melodiosos, que salen del fondo de la cueva de "La Mora Encantada".

Como dato curioso hay que mencionar que en Cervera del Río Alhama, provincia de La Rioja, se cuenta la leyenda de La Bandera de la Virgen del Monte o la Mora Encantada, publicada en 1856 por el escritor D. Manuel Ibo Alfaro y que coincide con la de Trébago en el título, la ermita de la Virgen, el castillo, el caudillo moro y su hija, la mora encantada.


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