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Fútbol y Bici



por Juan Jiménez Pérez y Nicolás Tutor Paramio


Fila de pie: Liher Callejo, Rosa Sánchez,
José Mª Ruiz, Pablo Alonso,
Juanillo Jiménez y Pedro J. García.
Fila sentados: Adrián García, Víctor Sánchez,
Miguel Alcañiz, Manolo Ruiz, Nico Tutor y Patricia Alonso.
Dos meses de verano para un niño en un pueblo como Trévago dan para hacer millones de cosas, pero los días que más recordamos, aparte de los días de fiestas, son aquéllos que teníamos partido de fútbol por las tardes, sobre todo aquellos partidos que jugábamos contra otros pueblos vecinos al nuestro. Procurábamos quedar de acuerdo con el otro pueblo para alternar un partido en cada pueblo. Si jugábamos en el otro pueblo preparábamos la mochila con el bocata correspondiente que nos había hecho nuestra abuela y cogíamos las bicis (sin cambios y a veces sin frenos) y poníamos rumbo hacia el campo contrario. La verdad es que, en el caso de jugar en Valdelagua, llegábamos sin aliento, pero aun así sacábamos fuerzas de donde pudiéramos para jugar el partido lo mejor posible. Cuando nos tocaba jugar en casa, preparábamos el partido con antelación, incluso llegamos a preparar tácticas que finalmente no utilizaríamos. Aquellos partidos tenían alguna peculiaridad, como por ejemplo la duración, que era irregular, el fin del partido lo marcaba el cansancio o el hambre que tuviéramos para comernos el bocata. Por lo general solíamos ganar cada uno de los partidos, y si la derrota se daba en casa no nos dolía tanto, siempre nos consolaba que nosotros no teníamos que volver a casa subiendo dos kilómetros de cuesta.

Nos apena que hoy en día ya no tengan lugar estos partidos entre pueblos, pues aparte de pasar una tarde entretenida y divertida, nos sirvió para conocer a la gente de nuestra edad de otros pueblos con la que hoy en día todavía seguimos teniendo amistad. Quizás sea porque cada vez hay menos niños en los pueblos o porque se prefiera estar sentado delante de una video consola o un ordenador.

Tampoco jugábamos estos partidos un día sí y el otro también, sino que compaginábamos más actividades, es un pueblo, ¡es imposible hacer solamente una cosa para divertirse! Así que los días que no teníamos concertado ningún partido, aprovechábamos para coger las bicicletas e ir a otros pueblos a comernos la merienda, o bien nos acercábamos a la piscina de Castilruiz a darnos un chapuzón y comernos un helado. También teníamos tiempo para la bricomanía, era nuestra pasión reconstruir cada verano nuestra caseta del árbol, donde pasaban las horas, merendábamos, jugábamos, nos reíamos o hacíamos la lista de la compra para el perolo.

Nos sentimos afortunados por haber tenido unos veranos de fútbol y bici que no cambiaríamos por ningún campamento, viaje a parques temáticos o playa. Tener un pueblo como Trévago siendo niño es un tesoro, un tesoro que animamos a cualquier niño a que descubra, y pueda así compartir experiencias tan felices como las nuestras.



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